Seguimos en el medioevo en las cortes de Amor, con Leonor de Aquitania y la gesta cultural de las damas del Grial, esto es, en ese clima en el que dos grandes corrientes europeas se unen en un mismo río, la que llega de Grecia y Roma y la que proviene del mundo celta y germano, época en la que surge el prodigio del gótico creándose todas esas bellas catedrales.
Ese es el marco en el que nace la Caballería
espiritual y en ella el Caballero, un “loco” con una imperiosa necesidad de forjarse
un destino con las armas de su propia voluntad y entrega en pos de esa
obtención, motor que habrá de llevarle a vivir experiencias relacionadas con
esa libre y férrea elección de la que espera lograr el desarrollo íntegro de
sus propias posibilidades innatas. Un fin en el que, como nos dice Federico
González, “confluyen la Necesidad, la Voluntad y finalmente se obtiene por la
Providencia”.
Esa, y ninguna otra, es la finalidad de la Caballería
espiritual y que en el simbolismo constructivo se equipara al pulimiento de la
piedra bruta que cada uno de nosotros es cuando le falta formación, educación, conocimientos
y experiencia.
La época de la que hablamos es también la de las Cruzadas,
y ante la rudeza y belicosidad imperante entre la mayoría de los varones Leonor y sus amigos poetas y trovadores crearon un programa educativo que operaba como
un código de civilidad. Este, a base de un sistema de reglas de cortesía y
urbanidad o normas de conducta y comportamiento social, se constituyó en el
marco a partir del cual todos estos personajes crearon un tiempo nuevo.
El programa establecido en las denominadas cortes de
amor, estaba fundamentado en las leyes del Amor, una utopía cuyo guion épico
tenía a la dama, bella, culta, inteligente y virtuosa, como el centro al que
dirigir las acciones, de tal modo que todo caballero que se preciara de ello
estaba obligado a emprender únicamente aquellas hazañas que lo hicieran
merecedor de su conquista.
En toda esta literatura iniciática basada en el Amor y
la Dama, en tanto que símbolo de sabiduría, inteligencia e integridad, que
nutre a las Órdenes de Caballería, convergen dos corrientes tradicionales: una
procedente de Salomón (Cantar de los Cantares y Sabiduría), y otra de la
Filosofía clásica, fundamentalmente a través de Platón (Fedro y El Banquete), Ovidio
(El Arte de Amar), Marsilio Ficino (De
Amore), León Hebreo (Diálogos de Amor).
Son obras todas ellas que hablan de Amor como de una deidad
misteriosa cuyo espíritu se apodera de quien quiere, cuando quiere y como
quiere. Es por ese reconocimiento a ese dios que Platón, el gran maestro de
Occidente, nos dejó dicho que ninguna obra podía emprenderse si antes no se
hacía una invocación a esta poderosa omnipotencia, capaz, según añadió Dante,
de mover el sol y todas las demás estrellas.
Tan tierno y emocionante como es ver germinar una
semilla, es observar el rebrotar de los valores trascendentales de una
Tradición sapiencial, en este caso revestida de la atractiva trama artúrica y
de los Caballeros de la Tabla Redonda, ya que la construcción literaria que
crearon los trovadores, bardos y juglares medievales junto a las damas trovadoras
de la Corte de Aquitania vistió de una bellísima forma dicha Tradición
espiritual, en la cual el único y verdadero rey al que todos debían obediencia
no era otro que el dios Amor.
Tanto André el Capellán como Chrétien de Troyes son
dos autores clave en la transmisión de la doctrina tradicional. En este punto debemos
recordar lo que al respecto de este periodo, y de estos autores, refiere René
Guénon reconociendo que muy probablemente no todos los que escribieron sobre
estos temas, sin duda participantes en esta restauración, eran conscientes al
mismo nivel, pero lo cierto es que, de una u otra manera, todos cooperaron creando
el marco idóneo al que revistieron doctrinalmente con un decorado que cautivó a
ese siglo y cuya estela sigue iluminando las mentes de nuestros contemporáneos,
pues tanto las novelas de la saga artúrica y sus versiones teatrales y
cinematográficas siguen dando contenido a infinidad de proyectos que siguen
estimulando el ardor heroico de generaciones nuevas que reciben por primera vez
los valores de la Caballería espiritual.
André, capellán de Luis VII de Francia, lo cual no significa que fuera sacerdote ya que capellán era un título que poseían también los secretarios y cancilleres aunque ha pasado a ser conocido como André el Capellán el cual se encontraba en el entorno trovadoresco de María de Champaña, hija de Leonor y de este rey, escribe un tratado sobre el Amor Cortés que es hoy en día todo un documento convertido en eslabón de la verdadera doctrina tradicional, pues este autor, junto a otros como Chrétien de Troyes, recogieron por escrito una tradición oral a la que le dieron una forma grácil y particular uniendo de ese modo su época medieval con la eternidad de los principios que se cobijan en el seno de toda filiación verdadera con la Tradición universal.