Arnold Böcklin. El Bosque Sagrado, 1882. Museo de Arte de Basilea |
El bosque, o la selva, siempre ha representado para el ser humano un lugar plagado de grandes peligros. Desde el punto de vista del simbolismo tradicional es el lugar análogo al laberinto en el que fácilmente podemos extraviarnos o incluso perdernos, tal cual Dante tenía perdida su alma antes de comenzar su recorrido iniciático y hallar la salida a su oscuridad.
En un claro del bosque, y ante una estatua de Afrodita, nos describe Filóstrato los rituales de Safo y sus alumnas, todas ellas seguidoras de las Musas. También en un abra del bosque tenían lugar los cultos a Diana, la diosa cazadora. Y por supuesto, en ese mismo lugar, y bajo la bóveda celeste, se reunían las brujas, nombre con el que los inquisidores de la Edad Media denominaban a las mujeres que con sus aquelarres mágico-teúrgicos invocaban a las potencias cósmicas para fecundar el mundo, esto es, invocar a las fuerzas constructivas y destructivas, para mantener la tensión en la que se sostiene el mundo.
"tanto en los bosques como en las selvas existen abras y claros donde poder reposar momentáneamente y ver la inmensa majestad del cielo. En muchas sociedades estos espacios son tomados como lugares de culto tal cual lo hacían las mujeres que en la Edad Media y en la época de la Inquisición la religión denominaba brujas. Incluso en ellos se han erigido templos. Salir de estos accidentes es análogo a partir del laberinto y encontrar el camino de vuelta a nuestra mansión de la que no hemos salido nada más que de modo aparente".
Texto: Mª Ángeles Díaz
Imagen: Arnold Böcklin. El Bosque Sagrado, 1882. Museo de Arte de Basilea
Cita: Federico González. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos.
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