El jardín renacentista que crearon los hermetistas, y que
continuó hasta el siglo XVIII, es un auténtico escenario teatral. Esa fue la
idea para su esquema, la creación de un espacio donde se produjeran encuentros
y se entablaran conversaciones inspiradas en su recorrido por grutas, laberintos
y alimentadas por la simbólica de su estatuaria. Todos esos jardines fueron,
efectivamente, diseñados para producir un efecto en aquellos que los recorren dejándose
atrapar por la belleza de un lugar culturizado, hecho a imagen del modelo de la
propia cosmogonía.
Muchas veces se ha comparado la labor del alquimista con la de un jardinero pues como este, el alquimista tiene entre sus prioridades nutrir las raíces celestes de sus propias capacidades intelectuales, a fin de que, como cada planta del jardín, adquiera la belleza que está implícita en su propio desarrollo. El jardinero sabe que para conseguir una buena floración de su jardín precisa de ciertos cuidados y de una tierra bien abonada. También el alquimista necesita abonar su mente para que florezca adecuadamente el vergel de su alma que es siempre un espacio secreto que ocupa el lugar más íntimo de su corazón.
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