Los antecedentes de esta acusación los debemos situar en 1500, cuando un judío converso, de nombre Pfefferkorn, que había sido rabino, sostiene que muchos libros hebreos, y en especial el Talmud, contienen grandes herejías. Las autoridades eclesiásticas decidieron entonces que sólo la Torá y aquellos textos que superaran el examen podrían conservarse, el resto debía arder en la hoguera. Persuadido por este inquisidor, el emperador austriaco Maximiliano I promulgó un mandato oficial por el cual se exhortaba a todos los judíos a entregar sus libros en las distintas vicarías donde permanecerían retenidos hasta su inspección y posteriormente su quema.
Pero lo cierto es que a pesar de haber dado la orden Maximiliano I no estaba convencido de ejecutarla, y por ello antes de tomar la última decisión solicita la opinión y consejo de una serie de expertos. Entre ellos estaba Johann Reuchlin que fue el único en oponerse, aduciendo que quemar aquellas obras era una barbarie dado que en muchos de aquellos libros judíos se encontraba la esencia del cristianismo, por lo que esos textos, y en concreto el Talmud, contrariamente a lo propuesto por el inquisidor Pfefferkorn, debían ser no sólo conservados, sino estudiados adecuadamente con el fin de captar en ellos la verdad "de nuestra religión".
Reuchlin expresó también que el hebreo es imprescindible para un estudio
filológico de la Biblia y una grandísima ayuda para comprenderla. Por último,
señaló que en cualquier caso siempre debe primar el derecho de las personas a
las propias convicciones, en este caso las del pueblo judío que a fin de
cuentas no eran sino conciudadanos.
Como era de justicia y en sintonía con su propio convencimiento, Reuchlin habló
de la concordancia de las religiones y especialmente de las tradiciones del
libro, el judaísmo, el cristianismo y el islam. Seguía en todo a Nicolás de
Cusa y a Ramón Llull. Defendió lo mismo que su amigo Pico de la
Mirandola, también acusado de herejía, según hizo constar en su alegato ante el tribunal, el cual se
publicó bajo el título alemán: Gutachten über das Jüdische Schriftum, y Augenspiegel, en la edición italiana.
Durante el juicio inquisitorial Reuchlin fue defendido por Juraj Dragisic, de Srebrenica (Bosnia), un
joven erudito, también sacerdote platónico y excelente jurista, a quien también le cabe el honor de haber colaborado con el cardenal Bessarión (miembro destacado de la Academia platónica de Marsilio Ficino) en una obra en Defensa
de Platón.
Juraj Dragisic, apodado el argentino* fue asimismo el defensor de Pico de la Mirandola cuya causa de herejía recayó sobre algunas de sus 900 tesis, con las que había desafiado en duelo dialéctico a los más doctos representantes de la curia y de la universidad de la Sorbona donde se encontraban también los tribunales de la Inquisición.
Mª Ángeles Díaz
Los Corresponsales de Marsilio Ficino y el entorno femenino de la Academia
platónica de Florencia.
* La razón es que srebro es la voz croata equivalente al argentum latín y al castellano plata, por tanto nada que ver con la República Argentina.
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