Vista de Andros
"Calles estrechas y empedradas que
suben, otras que bajan y pasan por debajo de una casa, de un puente, junto a
una pequeña iglesia ortodoxa; son preciosas construcciones blancas, muchas de
ellas con las cúpulas pintadas de turquesa, como el mar que las circunda. Se
trata de verdaderas joyas paisajísticas, como un capricho arquitectónico que
hubiera mandado edificar el propio mar Egeo para mirarse a los ojos, pues es
imposible no conjuntar con la mirada los blancos edificios de azulados adornos,
con el tono del mar y el cielo, cuyos azules son continuamente salpicados de blancos
copos, unos formados por la espuma de las olas, otros por las algodonadas nubes
que se forman y diluyen. En las alturas de la isla y echando la mirada hacia los
profundos valles donde se yerguen los núcleos de vida de los andrios, el verde
entra en escena y cubre este animal repleto de vida.
Lo
cierto es que esta isla ofrece estampas idílicas y cualquier enclave, a lo
largo de sus 374
kilómetros, expresa una belleza casi perfecta. Homero es
el primero, de un rosario de autores, que nos hablan de estos parajes. Y así
dice en uno de sus versos, justamente en el canto IV de la Odisea, donde señala la
bonanza climática del entorno.
La vida de los hombres es más cómoda,
no hay nevadas y el invierno no es largo;
tampoco hay lluvias,
pero Océano deja siempre paso a Céfiro
que sopla sonoramente para refrescar a los hombres.
Desde
que atracamos en Gavrio, el puerto de Andros situado en una preciosa bahía en
sotavento, la isla no ha dejado de dar señales de su magnetismo y de su fuerza
evocadora. Este es sin duda un enclave poderoso, provisto de una fuerte
naturaleza, insólita para una isla, pues a poco que se recorre se descubren las
cascadas de agua y los manantiales salutíferos de los que con tanto entusiasmo
nos hablaban los antiguos viajeros y todo aquel que estuvo en Hydrousa, nombre
que antiguamente recibía Andros precisamente por su cantidad de agua. También sus
montes sorprenden por la altitud, algo que no es corriente en una isla, pues
tiene montañas de hasta 994
metros de altura. Filóstrato, en un texto del siglo III,
relata que además de ríos con aguas medicinales con las que tratar distintas
dolencias, por Andros cruzaban corrientes de vino:
La tierra de Andros está tan henchida de vino por obra y gracia de
Dionisos, que estalla y le envía un río a sus habitantes. Si los comparas con
un río de agua su caudal no es grande, pero si piensas que es de vino, sí es un
río grande, y sagrado. Quien bebe de sus aguas bien puede desdeñar las del Nilo
y el Istro y decir de estos ríos que serían más estimados si, aun siendo mucho
más pequeños, tuviesen un caudal semejante.
Muchas
cosas he descubierto desde que emprendí el periplo hasta esta “isla verde”,
evocación poética y simbólica de un lugar mágico y épico, situado en el “más
allá”, pero que es a la vez la sede de nuestra verdadera identidad.
Una
de las cosas más significativas hallada en esta geografía legendaria y sagrada
ha sido descubrir que Andros fue, durante la Edad Media, un enclave en el que
Miguel Pselos (1018-1079), reconocido como el “máximo representante del
Renacimiento bizantino” y un enamorado de la metafísica de Platón, fundó una
escuela filosófica donde enseñó y difundió dicha Filosofía platónica". Fragmanto del libro: Viaje Mágico Hermético a Andros. Una Aventura intelectual. Mª Angeles Díaz. Editado por Symbolos. Seguir la Página del libro en Facebook