Es fácil adivinar por qué el hombre arcaico tiene
incorporado el reino vegetal y la naturaleza en general a su imagen de lo
sagrado. Y es que simplemente viviendo sus procesos nadie es capaz de negar
la presencia de lo trascendente en todo ese reino.
Del asombro y admiración que han sentido las
generaciones por la cosmogonía surge el respeto por aquello que aún sin
comprenderse del todo se tiene por lo más bello y verdadero de la existencia.
De ahí que, según el simbolismo constructivo, se sostenga que la mano de un
arquitecto divino está detrás de tan sublime creación, hecha a base de una
concatenación de medidas y proporciones que son, al fin y al cabo, los
elementos que conforman la armonía de un conjunto fascinante donde nada muere,
sino que todo renace y se transmuta. Y es ese descubrimiento, enraizado en la
mente y el corazón de una tradición, lo que sostiene la fe que el ser humano
necesita para trascender la muerte y liberarse del pensamiento profano.
Para Platón, gigante en cuyos hombros cabalgamos por
siglos los buscadores en Occidente, el hombre es un árbol invertido cuyas
raíces están en el cielo, siendo esa la razón de nuestra doble naturaleza,
humana y divina. Somos, pues, la planta más excelsa de la creación con poder
tanto para auto regenerarnos, florecer y dar frutos, como para abandonarnos y
extinguir nuestros talentos, pues solo a nos, nos ha sido donado en el reparto
el libre albedrío.
El querido y admirado amigo Pico de la Mirandola, en
su apasionada forma de evocar su fascinación por las facultades que Dios ha
otorgado a su sublime criatura, decía “cómo no amar a ese camaleón”.
Por ello es que la labor del alquimista es comparable
a la del jardinero que entre sus prioridades está la de nutrir las raíces
celestes de sus propias posibilidades intelectuales para conseguir una buena floración de su pensamiento que abone la creación del jardín de su alma.
En general, los artistas renacentistas (no sólo
italianos, sino alemanes, franceses, flamencos e ingleses) expresaron esa
perspectiva esotérica desde muchos ámbitos del arte como la pintura, la
escultura, la arquitectura, la ciencia, el teatro…, y asimismo también lo hicieron a
través de la construcción de jardines y laberintos herméticos cuyo diseño se
hacía en aras a producir un efecto en aquellos que penetren en su simbólica
dejándose atrapar por la belleza de un lugar culturizado, es decir hecho a
imagen del modelo de la cosmogonía. Y
como ejemplo podemos recordar a Leonardo da Vinci, quien, como se sabe, participaba de este mismo tipo de concepción tal y como lo demostró no sólo
por medio de su obra plástica, sino también a través de sus brillantes esquemas
y sus escenarios para representaciones teatrales y banquetes no menos teatrales.
Y como ejemplo de jardín os invito a conocer algo más
de las Tullerías, el jardín que Catalina de Medici (1519-1589), reina hermética
de Francia, realizó en París. Esta dama florentina rodeada en su nueva tierra de astrólogos-astrónomos,
alquimistas, arquitectos, médicos y sabios, como Nostradamus, Filiberto de
l’Orme, Cosme Ruggieri, Luca Gaurico, Jean Farnel, etc., pudo crear el ambiente
requerido para seguir cultivando el “Jardín Hermético del alma”, en una época
del último tercio del siglo XVI en la que la persecución fatal contra estas
ideas como resultado de las guerras de religión entre la Reforma y la
Contrarreforma se habían reverdecido en su fanatismo y odio entre esos dos bandos de la Iglesia.
El ‘Jardín de la Reina’, como era conocido las Tullerías por entonces, según cuenta la propia Catalina, está dedicado a las Musas. Para llevar a cabo su gran proyecto, la florentina elige unos terrenos junto al
Sena que permanecían abandonados (una antigua fábrica de tejas de ahí el nombre
popular que se le viene dando al jardín). Y para ejecutar tan magnífica obra
Catalina cuenta nada menos que con el gran arquitecto masón Filiberto de l’Orme
(1510-1570), seguidor en Florencia de las enseñanzas de Vitruvio por lo que
estaba imbuido del ambiente cultural renacentista y del espíritu que emanaba
del Hermetismo, la Cábala Cristiana y el Neoplatonismo, trasmitido por la
corriente sapiencial de la escuela de Marsilio Ficino. Y así lo reconoce dicho
arquitecto en el siguiente fragmento de una de sus obras que consideramos
importante destacar aquí, pues demuestra que estaba iniciado en los misterios
de la Arquitectura del Cosmos, es decir que le había sido revelada la
Matemática y la Geometría divina en tanto que ciencias que se corresponden con la proporción y medida
en todas las cosas, ideas emanadas de la Justicia y la Belleza.
Durante el proyecto y planificación Catalina discutió
con el arquitecto los planos tanto del edificio como del jardín, tal y como lo
confiesa el propio Filiberto de l’Orme, que dice: “la reina madre fue el
principal arquitecto y sólo me dejó la parte de la decoración
El modelo que se sigue es el del palacio Pitti de Florencia,
propiedad de su familia. Las crónicas de la época cuentan que el jardín que
Catalina construyó en París fue, efectivamente, de estilo florentino, con
glorietas, bosquecillos, y parterres, estatuas mitológicas, fuentes, pájaros
exóticos y majestuosos caminos bordeados por una gran cantidad de árboles
ornamentales, cúpulas, macetas con flores y en algún lugar propicio un
laberinto circular de más de una hectárea en medio del cual se puso una estatua
de Venus. Tenemos pues una representación simbólica de la isla Citera, la
isla del amor, donde hubo un importantísimo templo de Venus a cuyo recinto
sagrado iban aquellos que buscaban el amor. El acceso a dicho santuario tenía
cinco entradas, aunque solo dos llegaban al centro donde se encontraba la estatua
de la Diosa de modo que únicamente los que habían
acertado el camino del laberinto obtenían su bendición como pareja.
Mª Ángeles Díaz
PDF: Catalina de Medici. Reina Hermética de Francia