De izquierda a derecha tenemos a Marsilio Ficino, Cristóforo Landino, Ángelo Poliziano y Demetrios Chalkondyles.
A Cristóforo Landino debemos la primera edición de La Divina Comedia, ilustrada por Botticelli y comentada por él. En su introducción Landino dice de Dante:
"Las descripciones de Dante son de tal tipo que no dejan nada oscuro o indeterminado en el espíritu: son como pinturas que representan para los ojos de tal manera que el sentido interior ve lo que el sentido exterior nunca ha visto".
El libro de Dante estuvo precedido por un escrito de Marsilio Ficino que preparaba el glorioso retorno del poeta a su ciudad, como adalid de la tradición platónica. Era la primera vez que la obra tomaba el título de Divina Comedia, ya que hasta entonces era simplemente La Comedia.
Landino fue un hombre muy respetado, algo mayor que Ficino, quien le considera un interlocutor idóneo para la conversación elevada. Esa es razón más que justificada para que ambos trataran grandes y controvertidos temas, como son ciertas opiniones dudosas emitidas por Aristóteles acerca de la naturaleza de las cosas, y que crearon opiniones muy oscuras.
Muy sutil, efectivamente, es el modo en que ambos abordan tales cuestiones, intentando aclarar las cosas pero sin crear más controversia. En este sentido sus reflexiones nos conducen a recapacitar sobre lo dispuestos que estamos los humanos a alentar en nosotros mismos todo tipo de deseos, sin saber siquiera si en verdad estos nos convienen o no. También nos enfrentan a nuestras opiniones, faltas de atención, que muchas veces nos llevan a anteponer lo trivial a lo eterno, para acabar subrayando que el papel del hombre no es cualquier cosa, sino el de intermediario en la Creación.
Algo que, según apunta Ficino, podemos ver reflejado en la relación subalterna que el animal tiene respecto al hombre, análoga a la que el hombre tiene respecto a Dios, quien añade:
¡Oh locos miserables! Si en modo alguno no podéis adquirir nada si no es mediante vuestro propio ser ¿Cómo podríais adquirir posesiones externas si habéis perdido las posesiones interiores? ¡Viajeros! ¿Por qué buscáis el tesoro en lugares lejanos, cuando en verdad está tan próximo, en vosotros mismos?
También me pregunto con frecuencia, Landino,
cuál es la razón por la que tan sólo tememos esa muerte que es, a todas luces,
el fin del morir, pero nunca nuestras muertes cotidianas. Ciertamente, la
constitución de nuestro propio cuerpo varía a cada instante, y la vida pasada
termina. Por último, viendo que practicamos las virtudes falsamente, y
fielmente los vicios, me parece que no ha de extrañarnos que, con la mayor de
nuestras habilidades, acabemos siendo falsamente felices y verdaderamente
desgraciados. Esto es lo que ridiculizaba Demócrito, lo que Heráclito
lamentaba, para lo que Sócrates buscaba remedio, y que Dios puede remediar ¡Oh,
qué miserable criatura es el hombre! A menos que en algún momento se eleve por
encima del hombre, quiero decir, que se dedique a Dios y ame a Dios por El
mismo, y a todo lo demás por Su causa. Esa es la única respuesta a todos estos
problemas y el fin de todo mal. M.A. Díaz (Fragmento).
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Domenico Ghirlandaio es el autor de este fresco que se encuentra en la iglesia de Santa María Novella, Capilla Tornabuoni, en Florencia (detalle).
Fuente: Este texto está extraído de mi libro Los Corresponsales de Marsilio Ficino y el Entorno Femenino de la Academia Platónica de Florencia. Editado solo en parte. Libro proyectado por Federico González quien tuvo tiempo de leerlo (junto a José Manuel Río, en ese momento secretario de Symbolos ISSN 1562-9910) y de sugerirnos algunas cosas que naturalmente incorporamos al texto.