John William Waterhouse en el Decameron
Estos seis jóvenes, saliendo de la casa al jardín buscan un lugar a la
sombra. No podían haber ido a mejor lugar sino a aquél espacio junto a una
fuente bajo los laureles. Un decorado con el que Bembo evoca el templo de Apolo
en el monte Parnaso, y la fuente Castalia, donde beben las musas, sus seguidoras, y la Pitonisa, mascando las hojas de laurel, dicta el oráculo y responde a las
preguntas de los seguidores del dios solar. Es de tal maravilla el lugar que Berenicia,
la mayor de las tres jóvenes, volviéndose hacia Gismundo, que es el joven que había tenido la idea de
ir hasta allí a continuar las conversaciones sobre Amor, le dice a éste lo siguiente:
¡Qué grande yerro hemos hecho
en no venirnos aquí todos los días pasados, que mejor en este jardín que no en
nuestras cámaras hubiéramos pasado estas horas del día que sin la novia y sin
la reina nos corren! Más ahora, pues a ti debemos las gracias de esta venida,
mira a dónde mandas que nos sentemos, porque ir mirando otras partes del jardín
el sol nos lo veda, el cual, como tú ves, envidiosamente se las mira todas.
Y porque describiendo el decorado y evocando las conversaciones en él
producidas Bembo es un maestro
deleitoso, transcribiré algunas de las cosas que cuenta, comenzando con la
respuesta del joven:
Señora, cuando vos así lo mandéis, a mí me parecería que esta fuente no
se dejase, porque la yerba está aquí más alegre que en otra parte y más pintada
de flores. También estos árboles detendrán el sol de tal suerte que, por mucho
que él hoy pueda, nunca se nos llegará.
Estando de acuerdo con lo expuesto por el joven, Berenicia concluye:
Sentémonos ahí donde vos,
señor, mandáis, y porque en ninguna cosa se deje de seguir vuestro deseo con el
ruido del agua que nos convida a razonar y con el horror y silencio de estas
sombras que nos escuchan, aparejaos a decir de qué os agrada más que se
platique, porque en cuanto a lo que nosotros toca, siempre de buena gana te
escucharemos: con razón se te debe hoy el mando y el palo de nuestros
razonamientos, puesto que tú les has dado tan apacible lugar.
Una vez todos dispuestos en
corro, unos bajo los laureles y los demás junto a la fuente, cerca de un
pequeño arroyo que pasa por el medio de ellos. Gismundo, toma pues la palabra con
el fin de dirigir en dicho escenario, que tan bien evoca el templo de Delfos, el curso de la plática.
Los Asolanos es una obra de juventud que Bembo, como venimos diciendo, enmarca
dentro de una tradición, el lenguaje simbólico de los "Fieles de Amor", una orden
custodia de una doctrina secreta.
Efectivamente Bembo rememora como nadie a Petrarca y a Boccacio, pero dejando muy a las claras, como ya lo
hemos expuesto anteriormente, que ellos eran quienes le habían conducido a las cimas
elevadas del pensamiento expresado por Dante, que fue en un momento dado jefe supremo
de esa organización. En su formulación, Los
Asolanos es una obra que sigue la
estela del Cancionero de Petrarca,
donde este autor canta en 366 sonetos, sus sentimientos hacia su amada Laura, a la que identifica con laurel, una alusión
evidente a Dafne (que
significa laurel), la ninfa amada y perseguida por Apolo. La que acabó transformada
en dicho árbol justo a tiempo para escapar de él como mujer.
Bembo, que no da puntada sin hilo, oculta en el
sentido literal de su relato todo el simbolismo propio de los "Fieles de Amor", y por ello sigue recordando el sentido de aquella reunión:
Graciosas señoras y dignas de
ser amadas, cada uno de nosotros ha oído a las dos mozas cantoras y la hermosa
doncella que delante de la reina, antes que las mesas se levantasen, cantaron
muy delicadamente las tres canciones, las dos loando a Amor y la otra
querellándose de él. Y por cuanto yo soy cierto que cualquiera que de él se
queja o le pone mal nombre no tiene buena noticia de la naturaleza de las cosas
ni de su calidad de él y va muy desviado, hermosas señoras, o de nosotros (que
se que lo hay) que crea juntamente con la primera doncella que Amor no sea cosa
buena, diga sobre ello lo que siente, que yo le responderé, y atrévome a darle
a entender cuánto él esté con su daño en la tal opinión engañado. Lo cual, si
vosotros hicierais, como lo debéis hacer si queréis que sea mío lo que una vez
me habéis dado, tenemos hoy harto hermoso y espacioso campo de platicar.
Y utilizando el argot de la pelea y el enfrentamiento, propios de los
combates de esgrima, Gismundo, que es el más osado y alegre de los jóvenes,
reta a cualquiera de los presentes a defender que Amor no pueda ser de ningún
modo cosa mala, tal como dijo la primera cantora en su apenada canción. Ya que
según él quien tal opinión mantiene está por completo errado. Y cuando esto
dice se dirige muy a las claras a su amigo Perotino, pues sabe que al respecto, él tiene una
opinión contraria. Gismundo está seguro de que si éste se atreviese a exponer
las razones que le llevan a pensar tan mal del Amor, él podría rebatirle y demostrarle así lo equivocado que está.
Perotino es el más tímido de los muchachos del grupo por lo que tiene gran dificultad en quebrar su silencio, pero comprende que su amigo le está poniendo
en un brete ante las damas siendo éste un golpe que no puede esquivar. Y aunque al principio lo intenta, pues
tanta es su timidez, no tiene más
remedio que responder y exponer lo que piensa en materia de Amor. Lo primero
reconoce ser éste para él un tema pesado y pedregoso, pero no obstante está
dispuesto a demostrarle a Gismundo que el verdadero engañado es él. Y así,
dirigiéndose a las damas que son las que le mueven a la respuesta, contesta así al envite de Perotino:
Porque reconociéndose, por lo
que yo seré forzado a decir cuán engañado esté, no yo, como él piensa, sino el
que tal cosa cree, si ya no tiene toda vergüenza perdida, escarmentará de tomar
armas contra la verdad, y si todavía se atreviere a tomarlas no lo podrá hacer
porque no le habrá quedado qué tomar.
El clima anda crispado y la pelea dialéctica por momentos se muestra
bronca, como se pone de manifiesto en lo siguiente, donde Bembo nuevamente se
hace dueño de la lengua:
Armado o desarmado –respondió
Gismundo-, de esta vez, Perotino, yo la tengo que haber contigo en todo caso.
Mas mucho crees, si crees que no me haya quedado qué tomar, pues ninguna cosa
de tomo hay que no sea un arma contra ti.
Y con destacada finura y un tono de andar sobrado, continúa Gismundo:
Pero tú ármate en todo caso, que a mí me parecía no vencerte si bien armado no te venciese.
Bembo utiliza a la perfección la dialéctica de la batalla, y un lenguaje
donde se reconocen las raíces del teatro de Shakespeare. Dos puntos de vista
diferentes enfrentados mediante la dialéctica de la reyerta. Esto es idéntico a
los planteamientos expresados por las dos jóvenes cantoras que llegaron al
banquete nupcial enlazadas de las manos. A todo esto interviene otra de las
doncellas allí reunidas, Lisa, quien dirigiéndose a Lavinelo, el tercer
muchacho que ha permanecido en silencio durante la disputa de sus dos
compañeros, le dice lo que sigue:
Lavinelo afrenta será la tuya
si, peleando tus compañeros, te estuvieres con las manos en el cinto. Conviene
que tú también entres en el campo.
Lavinelo, si bien con suma gentileza, rehúsa lo que le pide la dama y
para ello se excusa en que no cree pertinente hacer costado a ninguno de los
dos, ya que en ese caso, el otro tendría que luchar contra dos guerreros.
Pero ninguna de las tres mujeres están dispuestas a aceptar estas excusas que invalidan de inmediato, y
así se lo manifiestan al joven, apostillando que el caballero nunca debe confundirse de
campo, y que las armas que aquí hay que tomar no responden a su símil:*
No pienses defenderte con no
querer tomar las armas, porque estos combates no son de tal suerte (…) en estas
semejantes batallas ninguno muere, no dejes por ello de entrar en ella.
Lavinelo aclara entonces que si no ha intervenido en la reyerta es porque consideraba
que ante la interesante contienda que estaban teniendo aquellos dos caballeros, ningún interés tendría oírle a él. Sin embargo y atendiendo a que la Señora
Lisa no quiere dejarle al margen, y para que no puedan quejarse de él sus
compañeros, propone reservarse el último combate, tal y como rige en las normas de la esgrima. O sea, dejar que ambos se enfrenten solos y cuando al fin cejen en la
pelea, él hará su disertación sobre Amor. De ese modo complace a Lisa y no se
inmiscuye entre sus compañeros. Bembo lo dice con la filigrana de su lenguaje
del modo que sigue:
Ahora, pues que no plugo a la
señora Lisa que viviese en paz, al menos porque de mí no se puedan quejar mis
compañeros, dejémoslos entre ellos a solas hacer su voluntad, y cuando ellos se
dejaren de la pelea, no faltará en qué emplearme, que así como suelen hacer los
buenos esgrimidores, que para sí se reservan el postrer combate, así yo,
tornando a tomar las armas ya dejadas por otro, como quien sucediendo prosigue,
probaré a satisfacer vuestro deseo**
Primera disertación. Habla
Perotino acerca de lo malo del Amor, más que sea tu propio interés el que decida si nos encontramos de nuevo aquí, bajo los laureles, en ésta isla del Amor, para seguir la disputa. Eso será en el capítulo VIII. Mientras tanto, besos, Nuria.
*Bembo escribe su obra con mucha precisión de detalle, como para ser interpretada. Lucrecia Borgia, por su parte, en cierta ocasión mandó escribir una comedia donde debían aparecer tres tipos de amantes. Este dato, que ha pasado inadvertido, demuestra hasta que punto la obra de Bembo influenció a Lucrecia, ayudándola a conformar y mantener su propia “Corte de Amor”.
**En este lenguaje cortesano y algo almibarado, se
esconden sutilezas que van de esa manera disfrazadas.
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