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sábado, 14 de mayo de 2022

IKEBANA, EL ARTE FLORAL DE LA FILOSOFÍA ZEN (Texto y Vídeo)*

Tanto en tiempo de primavera como de otoño, y según el lugar de la tierra que habitemos, es siempre una interesante opción practicar el arte japonés Ikebana. Este consiste, sencillamente, en colocar las plantas en recipientes con agua y conservarlas así, adornando nuestros espacios, el tiempo que duren. Todos creamos ramos a menudo, los hacemos con las plantas de nuestro jardín, las que compramos o nos regalan y sabemos lo bonitos que son esos ornamentos y la belleza que crean allí donde los coloquemos. Pero Ikebana es algo diferente, pues es un arte ritual de meditación, esto es, una disciplina de la filosofía Zen-budista.

Básicamente el arte floral Ikebana consiste en penetrar en la esencia de cada planta, de cada rama y dejar que sean ellas mismas, con nuestra ayuda al interpretarlas, las que elijan su propio lugar dentro de la composición y que finalmente contribuyan, cada una de ellas, a la forma final que tenga el ornamento, es decir el arreglo floral.

Ikebana es, por tanto, un ejercicio tradicional que el Zen utiliza para armonizarnos con la naturaleza que cada planta posee. Esto conlleva un total respeto por sus fases de desarrollo y culminación floral, lo cual es análogo al propio proceso de la manifestación, pues "nada hay que exprese mejor el despliegue de la vida universal que una planta en su pleno desarrollo".

Ikebana es una disciplina cosmogónica que sitúa a quien la practica de intermediario entre el Cielo y la Tierra, en cuanto creador del ramo, y en condiciones de poder penetrar en los secretos de la estructura universal al participar, como mediador, esto es como colaborador, en una obra de arte que excede su individualidad. Esto es así porque la composición floral Ikebana es la participación que uno hace en la obra de la Naturaleza, que es un arte que trasciende al artista y que este nunca podría superar, ni en belleza ni en majestad.

El arte Ikebana, en tanto que actividad ritual, proporciona los elementos adecuados para conjugar un sinfín de relaciones simbólicas que finalmente se concretizan o resuelven en el arreglo floral. Este ejercicio artístico es un vehículo sagrado, como lo es el tiro con arco o la consulta del I Ching, por ejemplo. Vehículos todos ellos a través de los que el ser humano establece una serie de analogías y correspondencias simbólicas que le permiten descubrir el juego de relaciones que conforman la estructura de las cosas concretas y sutiles.

Las imágenes simbólicas que sugiere esta práctica tienen que ver con penetrar en la esencia de cada flor. Todas diferentes y formando parte de un todo. Asimismo cada rama contiene el árbol completo, así como la semilla, la tierra que la arropó, el viento que la modeló, el sol que la vivificó, la luna que le dio su energía, la lluvia que la alimentó... Cualquier rama o flor es fruto de la interrelación de la vida, del Ser. El Universo entero está contenido en cada floración. Esa es la magia de la realidad, pues permanece "invisible" y eternamente expresándose.

Entre las múltiples posibilidades de forma que puede tomar la composición floral el arte Ikebana realiza solo una o, mejor dicho, es una sola forma la que se repite en todas las composiciones, ya que el arreglo floral Ikebana imita un modelo arquetípico y observable en las leyes naturales, y por lo tanto también en el interior de cada ser humano. 

"El Cielo es su padre, la Tierra su madre", dice la Tabla de Esmeralda hermética. En el Ikebana todo arreglo floral, tiene tres niveles de altura. Una rama más alta simbolizando el cielo, una baja, símbolo de la tierra y una intermedia que simboliza al hombre, único ser de la tierra capaz de conjugar ambas energías, por tanto es la síntesis (el hijo) entre estos dos principios que se complementan en él mismo. Reproducir manualmente esta tríada, a través de cualquier modalidad de arte o artesanía es verdaderamente un rito de participación, por comprensión, en el gran rito que es origen de la Creación. 

De esta comprensión nace el arte de "difundir la luz y reunir lo disperso", cosa que en el Ikebana posee los límites simbólicos que establece el propio ornamento floral, al que se toma como modelo del Cosmos. El papel del hombre, integrado en el ornamento, es el de intérprete de los signos que emiten las plantas, tales como su inclinación espacial, su tamaño, su color, su textura, su perfume.  Todas son señales simbólicas que transmiten unas sensaciones determinadas que influyen y fluyen en la propia naturaleza del creador del arreglo floral. 

Este, colocado o en ese lugar intermedio, se hace consciente de su propia posición y su integración total en la Gran Obra de la creación, donde todos los seres, lo mismo que las ramas, están incluidos y ocupan el lugar y sitio que les corresponde. Es decir, que tienen su espacio propio. 

En el arte floral Ikebana a ninguna de las ramas se la rechaza por fea. Siempre se la puede incluir. Es cuestión de aprender a ver qué lugar ocupan en el conjunto: esa es, según la filosofía Zen, la clave del Ikebana, y esa es también la forma de encontrar el propio espacio en la Unidad del Ser Universal. Mª Ángeles Díaz 









*Texto completo publicado por primera vez por Federico González 
en la Revista Symbolos Arte - Cultura- Gnosis. Actualmente en la Biblioteca Hermética

jueves, 26 de agosto de 2021

TAO TE KING, LIBRO EN EL QUE SE FUNDA EL TAOÍSMO

VÍDEO: https://www.youtube.com/watch?v=A5VlS3jsoxU

Serie TEATRO HERMÉTICO DE LA MEMORIA

*

Mira, y no podrás verlo
Escucha, y no podrás oírlo.
Extiende tu mano, y no podrás asirlo.
Arriba, no es brillante.
Abajo, no es oscuro.
Sin fisuras, innombrable,
retorna siempre al reino de la nada.
Forma que incluye toda forma,
imagen sin ninguna imagen,
sutil más allá de todo concepto.
Acércate y no hallarás un comienzo;
síguelo y no hallarás un final.
No puedes conocerlo, pero puedes serlo
asentándote en tu propia vida.
Simplemente date cuenta de tu origen;
esta es la esencia de la sabiduría. 

Lao Tse, Tao Te King (14)




jueves, 9 de enero de 2020

LA RECTA INTENCIÓN



En el camino hacia el Conocimiento nunca interesó el resultado de la acción. Tensar la cuerda, lanzar la flecha, dar en el blanco o incluso el propio arco es secundario, pues lo que importa es la recta intención, no la pretensión. El camino es la meta.

La figura de ángel pertenece a la colección de la familia d'Este, gobernantes durante el Renacimiento de Ferrara, Módena y Mantua.


jueves, 15 de septiembre de 2016

Zen en el Arte del Tiro con Arco



"Cuando la cuerda está estirada hasta donde le permite el arco, éste encierra el Universo." 




El tiro con arco o arquería es otra disciplina en la instrucción del Zen. Por medio de esta práctica los alumnos consiguen ser unos expertos en disparar al blanco, pero lo que realmente pretenden los maestros no es hacer de sus alumnos expertos tiradores, sino que lo que en realidad persigue la concentración que exige esta actividad es despertar la intuición natural del aprendiz arquero, de modo que una vez éste ha logrado un buen conocimiento de la herramienta (el arco) y arte en el tiro, el disparo se produzca de modo intuitivo, sin apuntar o concentrarse en el blanco, que nada importa a la naturaleza de las enseñanzas Zen. "Comprometed toda vuestra vida en el tiro de una sola flecha" dicen los maestros arqueros, y es que en esa acción, arquetipo de la acción original, se descubre todo el Zen.

El arco, construido en madera de bambú llega a medir unos dos metros de longitud, por lo cual es fácil imaginar la enorme dificultad que entraña su manejo, y por consiguiente se ve que no ha sido diseñado para competir deportivamente, por ejemplo, sino que su diseño está adecuado para servir de apoyo a las enseñanzas del Zen. 


La primera fase del aprendizaje consiste únicamente en hacerse con el manejo del arco y la cuerda. Es ésta una tarea tan dificultosa y que exige tanto tiempo de entrenamiento que el practicante acaba por olvidarse de la flecha y el disparo. Su interés se halla centrado exclusivamente en conseguir la tensión correcta de la cuerda, para lo cual necesita acoplarse íntegramente al arco, con firmeza pero con ductilidad, evitando que todo su cuerpo se tense al mismo tiempo, pues el tiro sólo será correcto cuando consiga liberar su cuerpo (y su mente) de tal tensión, y concentre toda su fuerza en la mano. 

Esto podría inducir a la idea de que el arte de la arquería está reservado a personas de físico fuerte, pero esto no es así ya que tanto hombres como mujeres se ejercitan en él. Ahora bien, sí que son necesarias la paciencia, el tesón y la fuerza de voluntad para no abandonar antes de obtener resultados.  En esta primera fase de instrucción el maestro del Zen no ejerce ninguna presión o influencia en el discípulo, y su papel consiste en indicarle las reglas básicas de posición y respiración, que deben adoptarse en el ejercicio. 

Como todo guía espiritual o intelectual verdadero, el maestro pertenece al linaje de los hombres auténticos y éstos no están interesados más que en lo original y genuino de los seres, donde radica la verdad y libertad de todos ellos. Indicando a quienes muestran interés, el camino que sirvió a su propia liberación. El maestro es un ejemplo a seguir (no a imitar) y su método tiene la fuerza de su propia experiencia, requisito imprescindible en toda transmisión real de iniciación al conocimiento.


El propio aprendiz arquero tendrá que desarrollar una autodisciplina para llegar a conocer sus fuerzas y debilidades, a medida que se descubren las propias energías, se advierte el modo de integrar el cuerpo y la mente en el espíritu del tiro. Sólo de este modo se puede llegar a entender el espíritu que vehícula el arte del tiro con arco. El ardid, por parte del discípulo, queda excluido completamente y los maestros, cuando comprueban cualquier tipo de engaño para llegar a dominar el tiro de forma artificial, sencillamente le quitan el arco al aprendiz y le dan la espalda negándose a seguir instruyéndole. 

Una vez superada la fase con el arco y la cuerda es el momento adecuado para tomar la flecha y prepararse para el disparo



La finalidad del ejercicio es el conocimiento que uno mismo ha logrado adquirir de sí mismo, llave con la que se abren otros espacios de la realidad; y sólo cuando se posee ese conocimiento se está en condiciones de lanzar la flecha. Esta debe sujetarse hasta el momento idóneo para el tiro una vez que el arco obtiene la curvatura precisa, la cuerda la tensión necesaria y la mano se halle en el justo medio. En ese momento de preciso equilibrio entre el arco y el tirador se produce la liberación de la flecha, quedando en ese mismo acto de comprensión simultánea liberado el espíritu del arquero. 



La propia figura del tirador, envuelto completamente en el círculo que forma el arco extendido, sitúa al corazón del arquero en el centro mismo del círculo, siendo de ese modo como puede verse que este centro desde el que se proyecta la flecha es, a la vez que punto de partida, verdadero blanco de la flecha, al que ésta retorna una vez trascendidos o superados los límites individuales. "Cuando la cuerda está estirada hasta donde le permite el arco, éste encierra el Universo." 



El arquero inspira intensamente a la vez que estira la cuerda, hasta quedar lleno de aire, conteniendo la respiración al tiempo que retiene la flecha en un estado máxima tensión o equilibrio. Cuando su intuición inteligente, concretizada en su habilidad en reconocer la sincronía perfecta del momento, le indica soltar la flecha, ésta parte con su hálito que se mezcla con el mundo, en una acción única, y que por cierto, no tiene intención ni interés alguno por los resultados.


Sólo entonces los maestros presentan el blanco a sus alumnos, situado ahora a unos 60 metros de distancia. Los aciertos son certeros en la mayoría de los disparos, pero ningún iniciado o maestro del arte de la arquería les presta ninguna atención. Cuando aciertan en el blanco (cosa que hacen incluso con los ojos tapados) no se conceden ningún mérito, y tampoco cuando fallan se inmutan, puesto que no hay intención en los disparos. Así el espíritu del Zen siempre decide; lo que importa es estar en sintonía con él de modo que pueda manifestarse en todos y cada uno de los hombres que aman el "Arte sin artificio" por encima de todo.


¿Dónde o cuándo se inició verdaderamente el disparo?: "La infinita profundidad es la fuente donde se origina todo lo que hay en el Universo", dice Lao-Tse. Caer en la cuenta de esta verdad trascendente supone desinteresarse por cualquier resultado, pero también supone prescindir del arco, o de cualquier ejercicio externo programado. La experiencia cognoscitiva queda impresa en el corazón del artista, que todo hombre es, y toda obra que realiza, a partir de entonces, es una obra con arte. M.A.D. (Ver todos los capítulos)



Publicado en Revista SYMBOLOS 
Arte - Cultura - Gnosis
 

martes, 6 de septiembre de 2016

La Única Enseñanza es Aprender




Es en la pura contemplación, vacío de formas y de conceptos adquiridos, como el hombre consigue penetrar el núcleo de las cosas.
Es vaciando su espacio mental, su estructura psicológica o su adulterada personalidad, plagada de egos o poses, como el hombre obtiene su experiencia de satori o iluminación, restaurándose en él su ingenuidad primigenia, la del no saber, o de la "docta ignorancia".
 Ahí se produce la iniciación y empieza el aprendizaje, es decir, el arte de vivir la iniciación, pues la "única enseñanza es aprender" como dice Federico González Frías.
 -"¿Qué es el Zen? -preguntó un discípulo a su maestro Seug Sahn.
-¿Qué eres tú? -respondió éste
 (Silencio)
-¿Comprendes?
 -No sé
-Esa mente que no sabe eres tú. El Zen es comprenderte a ti mismo".
Significa que las cosas deben ser observadas como verdaderamente ellas son: tremendamente simples o naturales y sorprendentemente misteriosas o sagradas. Sin que entre ellas y nosotros interfieran los juicios que sobre ellas tengamos pre-fijados, (prejuicios) pues son puntos de vista siempre relativos. Implica, por consiguiente añadirse a ellas, o más bien contemplar que uno ya está añadido.
Si algo nos separa de esa perspectiva de unidad, es decir de la Realidad, es nuestra mente, esa que nos hace creer que somos su producto, que quiere comprender por ella misma, que se siente capaz de razonarlo todo partiendo de unos condicionamientos impuestos por las múltiples anécdotas personales, privando al hombre verdadero de reconocer su auténtica naturaleza esencial. Esa mente prepotente (individualista) que hace al hombre esclavo de su ignorancia es la que hay que regenerar, es decir, vaciar, para estar en condiciones de comprender el Zen o el Ser.  Mª Ángeles Díaz. Notas Sobre el (Fragmento).


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