Estos son los primeros cinco episodios del estudio que sobre las Heroidas
de Ovidio vengo haciendo. Son vídeos-podcast que pueden verse u oírse en la
siguiente dirección del canal de video-Arte documental que realizo junto a
Francisco Ariza. Gracias a todos los amigos y suscriptores del canal.
Epístola de Fedra a Hipólito (Heroida
IV de Ovidio)
La misiva que antes de suicidarse escribe Fedra a Hipólito, su hijastro,
revela el drama al que puede conducir la fuerza pasional e irrefrenable que posee
Amor, al punto de ser un dios capaz de anteponerse a toda norma o formalidad. La
leyenda de este amor que arrebata a Fedra y por el que Hipólito siente un
enorme rechazo, deja ver el hecho que supuso para la humanidad establecer culturalmente
los matrimonios como modelo exclusivo de unión dejándose de lado otras uniones
hasta entonces permitidas, incluso cuando en ellas se daba la consanguineidad como
es el caso de hermanos y hermanas. En realidad la unidad familiar que
estableció el matrimonio acabó con esos otros modelos fracasados en la práctica
por el desorden que suponía, especialmente para la crianza de los hijos que
muchas veces quedaban, entre unos y otros, desamparados. Se cuenta que fue
Cícrope, rey de Atenas, quien fundó esa unidad familiar, y lo hizo casando a
una de sus hijas, la mediana Herse, con Hermes.
Podríamos decir que la pasión de amor que siente Fedra por Hipólito, hijo
de su esposo Teseo, nos ejemplifica cómo, debido a un cambio de mentalidad,
cierta clase de relaciones pasaron a ser vistas como inmorales, frente a una nueva
civilización y un nuevo código ético.
Fedra se presenta como víctima de una fatídica atracción y de una pasión irreprimible
que la llevó a ser la causante de una tragedia que concluye con su propio
suicidio.
Fedra era una princesa cretense, hija de Minos y de Pasífae, y hermana de
Ariadna, la que entregó a Teseo el hilo que le permitió salir del laberinto
donde entró a matar al Minotauro, medio hermano de ambas jóvenes. Teseo se
enamoró de las dos, casándose con Fedra, después de seducir y abandonar a Ariadna
en la isla de Naxos, prosiguiendo su nave rumbo a Atenas. Hecho sobre el que
volveremos cuando nos refiramos a la Heroida
X.
Con Teseo Fedra tuvo dos hijos: Acamante y Demofonte, este último
protagonista de la Heroida II junto
con la bella Filis. Pasado el tiempo Fedra acaba enamorándose perdidamente de
Hipólito, el hijo que su esposo había tenido con la reina de las amazonas antes
de casarse con ella.
El ardor amoroso que Fedra siente por el joven hijastro comienza mientras
Teseo se encuentra ausente y ella, viendo constantemente al muchacho que tanto parecido
tiene con su padre, se enamora perdidamente de él. Dice Fedra que el joven, “con
su pelo revuelto y aspecto desaliñado”, le recordaba al propio Teseo cuando
llegó a Creta donde fue a matar al Minotauro. Un recuerdo que a Fedra le
devuelve la juventud transportándola a un tiempo donde esa clase de relación era
lícita. No obstante, el muchacho alejado culturalmente de esa época y
habiéndose consagrado a Diana, la diosa cazadora, no concibe tal relación con
su madrastra y la rechaza, algo que Fedra no puede soportar, por lo que herida
y despechada levanta contra Hipólito una falsa acusación. Lo calumnia ante su
padre de haber tratado de violarla.
De las drásticas represalias que Teseo tomó contra su hijo se hacen eco,
además de Ovidio, Eurípides y Séneca, así como Jean Racine en el siglo XVIII,
Sor Juana Inés de la Cruz y otros autores. Todos ellos reconstruyen el relato de esta
tragedia, aportando, unos y otros, variaciones que complementan el mito en
cuanto al simbolismo contenido en esta leyenda. No es Fedra, con su
irreprimible pasión de amor, la dama que con el tiempo adoraron los Fieles de
Amor, organización a cuya cabeza estuvo Dante. Para ellos la dama de la que
deseaban enamorase y que les espoleara hasta hacerles sentir esa misma pasión
de amor que sintió Fedra por Hipólito, debía además no obnubilarles la la
razón.
Sin embargo, Fedra no es capaz de mantener el engaño, ni tampoco de vivir
con el desprecio de Hipólito que no ha querido ni verla. Así pues, tras revelar
públicamente la verdad de su crimen, ella misma se da muerte.
Antes de suicidarse escribe en una tablilla una carta a Hipólito. En ella
trata de explicarle que el rechazo que él siente hacia su amor, por ser ella su
madrastra, es solo un prejuicio cultural en otro tiempo aceptado. También le cuenta
que Amor es una fuerza mayor que ni admite reglas de conveniencia, ni está en
su mano el poderlo disimular.Tal vez, se pregunta Fedra, si la
clase de amor que ella siente, un amor prohibido, no será acaso el sino de su
estirpe, algo así como un tributo impuesto por la propia Venus a su linaje
humano, puesto que su propia madre, Pasifae, tampoco pudo dominar su arrebato
amoroso hacia aquel bello toro, del que engendró a su hermano, un monstruo medio
toro y medio hombre. De hecho ese mito se inicia con la propia Europa, una
princesa fenicia seducida por un dios griego, Zeus, que para unirse a ella también
se transforma en un toro.
Fedra añade que nada se le puede prohibir a Amor, pues domina por encima de
los demás dioses. También le recuerda al joven que también su propio padre, el
admirado Teseo, se sintió enamorado a la vez de dos hermanas, de ella y de
Ariadna.
Fedra cree que de haber aceptado Hipólito la relación, siendo madrastra e
hijastro, y viviendo bajo el mismo techo, podrían haber mantenido su idilio
oculto y libre para expresarse en público, ya que los demás hubieran tomado ese
amor como el que se da entre una madre y su hijo. Hipólito, que no ha querido
ni escucharla debido a la gran hostilidad que le provoca la situación, tiene
ahora entre sus manos la carta póstuma de Fedra donde esta le declara
abiertamente sus sentimientos y el modo en que se ha sentido dominada por esa poderosa
deidad llamada Amor, cuyas órdenes no es posible desoír hasta el punto de
dictarle incluso el redactado de la carta que hemos sintetizado. Seguir texto en el vídeo-podcast