En una ocasión el joven Giovanni Cavalcanti le escribe a Marsilio Ficino acerca de un compañero de estudios llamado Giovanni Guido, cuyas virtudes eran alabadas por quienes le conocían y le trataban. Admiraban su gran facilidad en la expresión y su enorme agudeza intelectual. Al parecer era tan hábil en la argumentación que por semejanza se había ganado el sobrenombre de Carnéades, personaje que, según se cuenta, poseía grandes dotes para encontrar razones con las que rebatir cualquier propuesta, argumentació o idea, inclusive era capaz de refutar por adelantado cualquier tesis [1]. Giovanni pregunta a Ficino si esa forma de proceder tiene algún mérito.
Giovanni, por contraponer a este "Carnéades", le refiere a Licurgo, legislador espartano, que sin hablar tan brillantemente puso en práctica ciertas leyes que constituyeron una reforma de la sociedad espartana basada en las indicaciones obtenidas a través del Oráculo de Delfos, a quien se había dirigido en solicitud de consejo para promover en su patria el orden y la concordia [2].
Esta es la respuesta de Ficino a las interrogaciones de Giovanni:
Me preguntas qué es más digno de
alabanza, ser como Carnéades o como Licurgo, Carnéades promovió la discordia
con sus argumentos, mientras que Licurgo la disipó. La inteligencia de
Carnéades fue, con más frecuencia, inútil que útil; en verdad raramente fue
útil a alguien, en algún lugar. La enseñanza de Licurgo siempre fue útil y
necesaria, en todas partes y para todos. Finalmente, del mismo modo que es
mejor vivir bien que hablar bien, y ser feliz que parecerlo, así el talento de
Licurgo es más excelente que el de Carnéades.
Y a continuación le transcribe los versos que, según el relato de Herodoto, musitó la pitonisa cuando Licurgo entró en el templo de Apolo en Delfos:
¡Oh! Licurgo, amado del celestial Zeus y
de todos los dioses que visitan nuestro suntuoso templo, no sé si declarar que
eres hombre o dios. Pienso que eres más bien un dios, Licurgo.
[1] Carnéades era un hábil sofista y académico. Sofista
era el nombre que los platónicos daban a los demagogos, hábiles en la argumentación
y dispersos en el fondo de sus discursos.
[2] Dichas leyes dieron un periodo de gran prosperidad
a Esparta. De Licurgo hablan historiadores como Herodoto, Jenofonte y Plutarco.
Se le atribuye el pensamiento de que "Lo importante de las leyes no es que
sean buenas o malas, sino que sean coherentes. Solo así servirán a su
propósito".