La misiva que antes de suicidarse escribe Fedra a Hipólito, su hijastro, revela el drama al que puede conducir la fuerza pasional e irrefrenable que posee Amor, al punto de ser un dios capaz de anteponerse a toda norma o formalidad. La leyenda de este amor que arrebata a Fedra y por el que Hipólito siente un enorme rechazo, deja ver el hecho que supuso para la humanidad establecer culturalmente los matrimonios como modelo exclusivo de unión dejándose de lado otras uniones hasta entonces permitidas, incluso cuando en ellas se daba la consanguineidad como es el caso de hermanos y hermanas. En realidad la unidad familiar que estableció el matrimonio acabó con esos otros modelos fracasados en la práctica por el desorden que suponía, especialmente para la crianza de los hijos que muchas veces quedaban, entre unos y otros, desamparados. Se cuenta que fue Cícrope, rey de Atenas, quien fundó esa unidad familiar, y lo hizo casando a una de sus hijas, la mediana Herse, con Hermes.
Podríamos decir que la pasión de amor que siente Fedra por Hipólito, hijo de su esposo Teseo, nos ejemplifica cómo, debido a un cambio de mentalidad, cierta clase de relaciones pasaron a ser vistas como inmorales, frente a una nueva civilización y un nuevo código ético.
Fedra se presenta como víctima de una fatídica atracción y de una pasión irreprimible
que la llevó a ser la causante de una tragedia que concluye con su propio
suicidio.
Fedra era una princesa cretense, hija de Minos y de Pasífae, y hermana de Ariadna, la que entregó a Teseo el hilo que le permitió salir del laberinto donde entró a matar al Minotauro, medio hermano de ambas jóvenes. Teseo se enamoró de las dos, casándose con Fedra, después de seducir y abandonar a Ariadna en la isla de Naxos, prosiguiendo su nave rumbo a Atenas. Hecho sobre el que volveremos cuando nos refiramos a la Heroida X.
Con Teseo Fedra tuvo dos hijos: Acamante y Demofonte, este último
protagonista de la Heroida II junto
con la bella Filis. Pasado el tiempo Fedra acaba enamorándose perdidamente de
Hipólito, el hijo que su esposo había tenido con la reina de las amazonas antes
de casarse con ella.
El ardor amoroso que Fedra siente por el joven hijastro comienza mientras
Teseo se encuentra ausente y ella, viendo constantemente al muchacho que tanto parecido
tiene con su padre, se enamora perdidamente de él. Dice Fedra que el joven, “con
su pelo revuelto y aspecto desaliñado”, le recordaba al propio Teseo cuando
llegó a Creta donde fue a matar al Minotauro. Un recuerdo que a Fedra le
devuelve la juventud transportándola a un tiempo donde esa clase de relación era
lícita. No obstante, el muchacho alejado culturalmente de esa época y
habiéndose consagrado a Diana, la diosa cazadora, no concibe tal relación con
su madrastra y la rechaza, algo que Fedra no puede soportar, por lo que herida
y despechada levanta contra Hipólito una falsa acusación. Lo calumnia ante su
padre de haber tratado de violarla.
De las drásticas represalias que Teseo tomó contra su hijo se hacen eco, además de Ovidio, Eurípides y Séneca, así como Jean Racine en el siglo XVIII, Sor Juana Inés de la Cruz y otros autores. Todos ellos reconstruyen el relato de esta tragedia, aportando, unos y otros, variaciones que complementan el mito en cuanto al simbolismo contenido en esta leyenda. No es Fedra, con su irreprimible pasión de amor, la dama que con el tiempo adoraron los Fieles de Amor, organización a cuya cabeza estuvo Dante. Para ellos la dama de la que deseaban enamorase y que les espoleara hasta hacerles sentir esa misma pasión de amor que sintió Fedra por Hipólito, debía además no obnubilarles la la razón.
Sin embargo, Fedra no es capaz de mantener el engaño, ni tampoco de vivir con el desprecio de Hipólito que no ha querido ni verla. Así pues, tras revelar públicamente la verdad de su crimen, ella misma se da muerte.
Fedra añade que nada se le puede prohibir a Amor, pues domina por encima de
los demás dioses. También le recuerda al joven que también su propio padre, el
admirado Teseo, se sintió enamorado a la vez de dos hermanas, de ella y de
Ariadna.
Fedra cree que de haber aceptado Hipólito la relación, siendo madrastra e hijastro, y viviendo bajo el mismo techo, podrían haber mantenido su idilio oculto y libre para expresarse en público, ya que los demás hubieran tomado ese amor como el que se da entre una madre y su hijo. Hipólito, que no ha querido ni escucharla debido a la gran hostilidad que le provoca la situación, tiene ahora entre sus manos la carta póstuma de Fedra donde esta le declara abiertamente sus sentimientos y el modo en que se ha sentido dominada por esa poderosa deidad llamada Amor, cuyas órdenes no es posible desoír hasta el punto de dictarle incluso el redactado de la carta que hemos sintetizado. Seguir texto en el vídeo-podcast
https://www.youtube.com/watch?v=l6n8-If37ZI
@LaMemoriadeCaliope