Tú, que
estás la barba en la mano
meditabundo,
¿has dejado
pasar, hermano,
la flor del
mundo?
Te lamentas
de los ayeres
con quejas
vanas:
¡aún hay
promesas de placeres
en los
mañanas!
Aún puedes
casar la olorosa
rosa y el
lis,
y hay mirtos
para tu orgullosa
cabeza gris.
El alma
ahíta cruel inmola
lo que la
alegra,
como Zingua,
reina de Angola,
lúbrica
negra.
Tú has
gozado de la hora amable,
y oyes
después
la
imprecación del formidable
Eclesiastés.
El domingo
de amor te hechiza;
mas mira
cómo
llega el
miércoles de ceniza;
Memento,
homo...
Por eso
hacia el florido monte
las almas
van,
y se
explican Anacreonte
y Omar
Kayam.
Huyendo del
mal, de improviso
se entra en
el mal,
por la
puerta del paraíso
artificial.
Y no
obstante la vida es bella,
por poseer
la perla, la
rosa, la estrella
y la mujer.
Lucifer
brilla. Canta el ronco
mar. Y se
pierde
Silvano,
oculto tras el tronco
del haya
verde.
Y sentimos
la vida pura,
clara, real,
cuando la
envuelve la dulzura
primaveral.
¿Para qué
las envidias viles
y las
injurias,
cuando
retuercen sus reptiles
pálidas
furias?
¿Para qué
los odios funestos
de los
ingratos?
¿Para qué
los lívidos gestos
de los
Pilatos?
¡Si lo
terreno acaba, en suma,
cielo e
infierno,
y nuestras
vidas son la espuma
de un mar
eterno!
Lavemos bien
de nuestra veste
la amarga
prosa;
soñemos en
una celeste
mística
rosa.
Cojamos la
flor del instante;
¡la melodía
de la mágica
alondra cante
la miel del
día!
Amor a su
fiesta convida
y nos
corona.
Todos
tenemos en la vida
nuestra
Verona.
Aun en la
hora crepuscular
canta una
voz:
«Ruth,
risueña, viene a espigar
para Booz!»
Mas coged la
flor del instante,
cuando en
Oriente
nace el alba
para el fragante
adolescente.
¡Oh! Niño
que con Eros juegas,
niños
lozanos,
danzad como
las ninfas griegas
y los
silvanos.
El viejo
tiempo todo roe
y va de
prisa;
sabed
vencerle, Cintia, Cloe
y Cidalisa.
Trocad por
rosas azahares,
que suena el
son
de aquel
Cantar de los Cantares
de Salomón.
Príapo vela
en los jardines
que Cipris
huella;
Hécate hace
aullar a los mastines;
mas Diana es
bella;
y apenas
envuelta en los velos
de la
ilusión,
baja a los
bosques de los cielos
por
Endimión.
¡Adolescencia!
Amor te dora
con su
virtud;
goza del
beso de la aurora,
¡oh
juventud!
¡Desventurado
el que ha cogido
tarde la
flor!
Y ¡ay de
aquel que nunca ha sabido
lo que es
amor!
Yo he visto
en tierra tropical
la sangre
arder,
como en un
cáliz de cristal,
en la mujer
Y en todas
partes la que ama
y se consume
como una
flor hecha de llama
y de
perfume.
Abrasaos en
esa llama
y respirad
ese perfume
que embalsama
la
Humanidad.
Gozad de la
carne, ese bien
que hoy nos
hechiza,
y después se
tornará en
polvo y
ceniza.
Gozad del
sol, de la pagana
luz de sus
fuegos;
gozad del
sol, porque mañana
estaréis
ciegos.
Gozad de la
dulce armonía
que a Apolo
invoca;
gozad del
canto, porque un día
no tendréis
boca.
Gozad de la
tierra que un
bien cierto
encierra;
gozad,
porque no estáis aún
bajo la
tierra.
Apartad el
temor que os hiela
y que os
restringe;
la paloma de
Venus vuela
sobre la
Esfinge.
Aún vencen
muerte, tiempo y hado
las
amorosas;
en las
tumbas se han encontrado
mirtos y
rosas.
Aún
Anadiódema en sus lidias
nos da su
ayuda;
aún resurge
en la obra de Fidias
Friné
desnuda.
Vive el
bíblico Adán robusto,
de sangre
humana,
y aún siente
nuestra lengua el gusto
de la
manzana.
Y hace de
este globo viviente
fuerza y
acción
la universal
y omnipotente
fecundación.
El corazón
del cielo late
por la
victoria
de este
vivir, que es un combate
y es una
gloria.
Pues aunque
hay pena y nos agravia
el sino
adverso,
en nosotros
corre la savia
del
universo.
Nuestro
cráneo guarda el vibrar
de tierra y
sol,
como el
ruido de la mar
el caracol.
La sal del
mar en nuestras venas
va a
borbotones;
tenemos
sangre de sirenas
y de
tritones.
A nosotros
encinas, lauros,
frondas
espesas;
tenemos
carne de centauros
y satiresas.
En nosotros
la vida vierte
fuerza y
calor.
¡Vamos al
reino de la Muerte
por el
camino del Amor!
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