Una de las últimas obras del gran Leonardo da Vinci: "San Juan
Bautista", datada hacia 1513-1516 (él murió en 1519), que actualmente
encontramos en el Museo del Louvre. Y la elijo porque me llama la atención esa
sobriedad que nos invita a centrarnos en lo esencial y a prescindir de los
detalles. De hecho, se considera que tanto la cruz que sostiene en su mano
izquierda como las pieles que cubren su cuerpo son añadidos posteriores.
Este cuadro, en lo que a la técnica se refiere, es un ejemplo del
"sfumato", cuyo desarrollo se asocia en buena parte con Leonardo.
Múltiples capas de color transparente aplicadas sobre fondos oscuros permiten
lograr numerosas gradaciones de sombras, de manera que la figura del Bautista
parece emerger de la oscuridad como una aparición luminosa. Sin embargo, lo
interesante de esta obra, más allá del perfeccionamiento técnico, es el mensaje
que transmite el autor, gracias precisamente a esta particularidad pictórica,
esto es, San Juan Bautista aparece iluminado en medio de la oscuridad, pero su
luz no la irradia él mismo (como ocurre con representaciones de Jesús, en las
que es él quien ilumina la escena), sino que la fuente se encuentra fuera del
espacio del cuadro, simbolizando así que él no es el origen, sino el testigo de
la luz divina que recae sobre él. Así lo leemos en los primeros versículos del
Evangelio de San Juan:
“Hubo un hombre
enviado de Dios,
de nombre Juan.
Vino éste a dar testimonio de la luz,
para testificar de ella
y que todos creyeran por él.
No era él la luz,
sino que vino a dar testimonio de la luz”
(Juan 1: 6-8)
Asimismo, apoyando esta misma idea, el Bautista señala con el índice de
su mano derecha hacia arriba, mientras mira al espectador, invitándolo así a
poner atención en lo Transcendente. Incluso se ha relacionado su mirada
estrábica con ese mismo mensaje: un ojo mira al espectador, y el otro hacia
arriba. Autora del post Flor Córdoba
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