La frase: "Dios es Amor", extraída del Evangelio de
Juan, nos permite entrever la elevada naturaleza de esta energía, considerada
por todas las tradiciones como uno de los principales nombres o atributos de la
Unidad (de Kether), identificándose con ella, como lo atestigua el hecho de que
en hebreo la palabra Unidad (Ehad) y Amor (Ahabah) tienen el mismo valor
numérico, el 13. En este sentido, ya el Maestro Eckhart afirmaba: "Donde
quiera que esté el alma es donde Dios opera su obra. Esta operación es tan grande
que no es otra cosa que Amor, pero el Amor no es otra cosa que Dios. Dios se
ama a Sí Mismo, ama su Naturaleza, su Esencia y su Deidad. Pero en el Amor con
que Dios se ama a Sí Mismo, ama también a todas las criaturas, no en tanto que
criaturas, sino en tanto que ellas son Dios. En el amor con que Dios se ama a
Sí Mismo, ama al mundo entero".
Por ello, del amor se dice que es la fuerza de atracción de
los contrarios u opuestos, el centro de unión donde se concilian las energías
verticales y horizontales, activas y pasivas del cosmos y del hombre, haciendo
posible el equilibrio y la verdadera concordia (o "unión de los
corazones") universal, de ahí que los antiguos griegos vieran en él al
hijo de Afrodita y Hermes, (al igual que su hermana la diosa Harmonía) de donde
nace también el Hermafrodita, es decir el Rebis, el cual representa en el ser
humano la unión perfecta y armoniosa de su naturaleza masculina y femenina,
activa y pasiva, yang y yin. En efecto, es con el fuego del amor, y la sutil
pasión que él genera, como se lleva a cabo la obra de la transmutación
alquímica, porque ese fuego es el propio amor al Conocimiento y a la Sabiduría,
y como decía Leonardo da Vinci: "El Amor es hijo del Conocimiento. El Amor
es tanto más elevado cuanto el Conocimiento es más cierto". A este amor,
expresión del amor divino, es al que cantaban los trovadores medioevales, y el
que Dante ve personificado en la figura de Beatriz (que simboliza a la
Sabiduría), y ciertamente es el que invoca Salomón en El Cantar de los Cantares,
en donde se trata precisamente de las "bodas",
"casamiento", o unión del alma humana con el Espíritu.
Asimismo, los humanistas y maestros herméticos del Renacimiento, que recogieron las enseñanzas de Platón y la mitología órfica y greco-romana, hablaban de los misterios del Amor identificándolos con los misterios de la Muerte, que son, al fin y al cabo, los misterios de la iniciación, y explicaban que morir era ser amado por un dios, y viceversa, que amar era morir o ser muerto por un dios. En realidad se trata de un sacrificio (de un "acto sagrado"), pues no hay nacimiento a la realidad del Espíritu, es decir al Conocimiento, sin que esto suponga una muerte o superación de las limitaciones propias de lo humano. Los amantes de la Sabiduría saben que no se pueden desposar con ella si no abandonan o no dejan de sentirse condicionados por la Venus Pandemos, es decir por sus deseos y amores terrenales, a los que consideran como un reflejo invertido de los amores celestes procurados por la Venus Urania. Pico de la Mirándola ponía el ejemplo del "desollamiento" sacrificial de Marsias como el modelo a seguir por esos amantes: "Si te juntas con cantantes y arpistas, puedes confiar en tus oídos, pero cuando te acerques a los filósofos, debes apartarte de los sentidos, debes volverte sobre ti mismo, debes penetrar en las profundidades de tu alma y en los recovecos de tu mente, debes adquirir los oídos de Tineo (se refiere a Apolonio de Tiana, filósofo pitagórico), con los que, al no estar ya en su cuerpo, no escuchó al Marsias terrenal sino al celeste Apolo, quien con su divina lira y con inefables modos, entonó las melodías de la esferas".
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