Son muchas las tradiciones culturales que utilizan el rosario
de forma ritual, como fórmula para mantener vivo el recuerdo y fresca la
memoria, sin la cual nada somos.
En todas ellas el rosario es tenido como un símbolo
de la cadena, o lazo, que ensarta a todos los seres en la unidad universal que
ella misma representa. Por eso es considerado en las distintas culturas como un
paradigma de "la cadena de los mundos", y de ese modo, justamente lo expresa el Bhagavad
Gita, el libro sagrado de la tradición hindú cuando dice:
"En mí todas las cosas están ensartadas como una hilera de perlas en un hilo".
Podríamos decir, pues, que lo que hace significativo y
universal el símbolo del rosario es en realidad lo que no se ve en él, el hilo
que enhebra y une las cuentas, pues sin él no hay rosario. Son varias las ideas
que representadas en este símbolo, especialmente las que señalan que
aquello que verdaderamente tiene un valor trascendente en verdad es inaparente,
o sea, está oculto. Hablamos en realidad del misterio. Así lo expresa la Cábala
cuando dice que,
"el mundo subsiste por el Misterio".
Mientras que el hilo es lo más interno de la realidad del
rosario y aquello que le otorga su sentido de unión, las cuentas representan lo
más externo y secundario. No tener clara la jerarquización que hay entre estos
dos aspectos de la realidad ha sido causa de muchos conflictos y guerras de
religión, provocados por todos aquellos que a lo largo de la historia han dado
prioridad a la forma antes que al fondo, que es donde las creencias encuentran
unanimidad, y por lo tanto han sido incapaces de diferenciar entre exoterismo y
esoterismo o entre religión y metafísica, entre la substancia y la esencia, la
corteza y el núcleo, la primera siempre variable.
El caso es que, al parecer, la tendencia humana es fijarse
siempre en lo aparente, y por ello aunque somos capaces de admirar la
fulgurante belleza de las estrellas, no siempre nos preguntamos seriamente
acerca de su misterio, ni sobre ¿Quién las creó?
Nos fijamos en las cuentas, pero olvidamos su sentido
esotérico, aquello para lo que en verdad fue creado, como objeto ritual, y con
ello perdemos su sentido vertical y trascendente. Todos los símbolos, en
definitiva, son exotéricos pues esotérica es sólo su interpretación.
René Guénon, por su parte, nos da a conocer que rosario, en
India, significa «guirnalda de aksha», y que aksha,
como sucede con toda lengua sagrada –el caso del hebreo–, significa distintas
cosas al mismo tiempo y a distintos niveles, siendo que esos diversos
significados se iluminan los unos a los otros de modo que no se puede conocer
el sentido verdadero de la palabra si no se tienen en cuenta sus diversas
acepciones. Así pues las palabras para designar el rosario son: alcanzar,
penetrar, atravesar…, aksha es además el vocablo con el que
nombran unas semillas con forma de ojo perforado que utilizan para confeccionar
este collar. Ciertamente, nos resume Guénon:
"Desde el punto de vista externo se ven más bien las cuentas que el hilo; y esto mismo es muy significativo, puesto que las cuentas representan la manifestación, mientras que el sûtrâtmâ, representado por el hilo, es en sí mismo no manifestado".
Advierto que el rosario es un símbolo análogo al de la rueda,
ya que en ella lo esencial es también lo invisible, su centro, o el vacío de
ésta, sin el cual la rueda carece de sentido.
"Treinta rayos convergen hacia el centro de una rueda, pero es el vacío del centro el que le da toda su utilidad. Se lee en el Tao-Te-King".
Precisamente El Simbolismo de la Rueda, es una obra fundamental en la bibliografía de Federico González, y donde trata extensa y
profundamente de este símbolo al que toma como un pantáculo capaz de
ofrecernos en su simpleza geométrica, la perspectiva del Todo, esto es, del
macrocosmos y del microcosmos. Un mundo de ideas, que el autor nos muestra a
través de este símbolo universal del que enseguida nos da a conocer su
importancia en todas las tradiciones, añadiendo que si bien toda expresión o
manifestación es simbólica, existen determinados códigos (símbolos, ritos y
mitos) que han sido creados por los sabios e inspirados de las distintas épocas
para que la humanidad tuviera siempre la posibilidad de aprender a leer en el
Libro de la Vida, donde obtener las claves necesarias que liberen al hombre de
sus ataduras psicológicas y le muestren otros espacios simultáneos de la
existencia. Claves que son estructuras simbólicas que actúan como guías en un
camino en pos de ese conocimiento transformador.
En realidad, estas estructuras son la Tradición misma, la
Cadena Aurea que ha mantenido vivos en la memoria ciertos juegos de símbolos,
como el árbol de la vida cabalístico, el tarot, o libro de Thot, la rueda, que
son los modelos señalados en la obra de Federico y los que constituyen una guía
con la que dirigir nuestra voluntad según el eje del mundo, e ir hacia esa
perspectiva que nos saque de la confusión y de la sensación de encontrarnos
irremisiblemente perdidos en un mundo sin salida. Una formulación expresada en
la mitología griega mediante el hilo de Ariadna con el que ésta pudo conducir a
Teseo a escapar del laberinto después de matar a la bestia.
El símbolo de la rueda se nos muestra como una pura síntesis
del Cosmos, ya que en él están reunidos dos conceptos opuestos y
complementarios, como son el movimiento y la inmutabilidad. Es desde ese centro
inmóvil que, a través del radio, se alcanza la periferia. Este símbolo expresa
también la idea de una energía centrípeta, que retorna a su centro, eje o
fuente, lo que es análogo a la propia respiración del Universo y del hombre,
dado que este no es sino su expresión microcósmica. Federico escribe al
respecto:
"Es este símbolo también la manifestación de lo que siendo apenas virtual (el punto) genera un espacio o plano (que delimita la circunferencia)".
Y asimismo que:
"El movimiento superficial de la rueda, o externo, estaría vinculado con la manifestación, mientras la virtualidad, la inmovilidad del punto central o eje, se hallaría conectada con lo inmanifestado".
"Las modalidades espaciales del símbolo de la rueda surgen por la irradiación, o por la «actualización», de las «potencialidades» del punto central, que se hace «presente» en el tiempo, creando un campo espacial. (…)"
En cuanto a otras modalidades de este pantáculo (pequeño
todo), al que nos estamos refiriendo, señalaremos su identificación con la idea
de ciclo o de espacio cerrado sobre sí mismo; ya se trate del ciclo del sol en
un año, o su movimiento aparente en un día, o represente la vida entera de un
ser humano (desde su nacimiento hasta su muerte), o un periodo histórico en su
existencia del mundo en general (v. gr. un siglo). Es interesante en este
sentido asociarlo al estudio del movimiento, los calendarios, los periodos
vinculados con la agricultura, el conocimiento de la armonía de los cielos y la
tierra, y todo lo concerniente a la ciencia de los ritmos.
Rosario deriva de rotarium y ha servido de circuito en los
recordatorios religiosos tanto en el Cristianismo, en el Islam o en el Budismo
donde se disponen ruedas que llaman «máquinas de orar». Federico señala:
"La oración misma puede verse como un circuito de comunicación tierra-cielo-tierra, y el rito rítmico de la plegaria un volver a sí mismo. Ciertos símbolos clásicos y renacentistas, como es el de las tres Gracias, están dispuestos en forma encadenada y relacionadas de tal modo las unas con las otras –como los símbolos iconográficos unánimes–, que nos transmiten por sus gestos y las expresiones de sus rostros, la idea de dar-aceptar-devolver".
Pintura: Beatrice Offor (1864-1920).
Texto: Mª Ángeles Díaz. Viaje Mágico-Hermético a Andros. Una Aventura intelectual. Editorial SYMBOLOS