Como muchos otros
personajes del entorno humanista, y concretamente del círculo de la Academia
Platónica en sus diferentes ámbitos, Bessarion asumió la tarea de salvaguardar
todos los libros de valía escritos por los antiguos. Es decir, aquellas obras
de carácter científico, libros de historia, poesía, matemáticas, astronomía, medicina,
leyendas… y todo aquello que representa el saber humano. Y con esa finalidad embarcose
en una tarea personal de resultados admirables, pues consiguió recuperar libros
y conocimientos que hoy en día estarían irremisiblemente perdidos.
Bessarion, que era un gran diplomático y tenía por ello excelentes contactos, logró establecer una red de personas, entre feligreses, amigos e inclusive personas contratadas, para que le ayudaran a salvar códices y manuscritos, comprar, con su propia asignación, todos los textos griegos que pudo localizar rescatándolos de ese modo de las bibliotecas de Constantinopla que estaban siendo saqueadas e incendiadas por los soldados turcos que no robaban los valiosos textos para llevarlos como botín a sus bibliotecas, sino que los odiaban, aunque no sabían leerlos, o tal vez por eso, y por ello sólo buscaban destruirlos.
Con su gesta logró Bessarion preservar de las llamas ignominiosas de la ignorancia, muchísima de aquella luz vertida en sus obras por los más sabios, para que esta llama no dejase nunca de fluir y de inundar las mentes de las generaciones. Con dicha finalidad, e investido de la fuerza de un Atlas sosteniendo una cultura, realizó gestiones en Alemania, Venecia y Francia donde obtuvo las ayudas que necesitaba para salvar todo lo que pudo del patrimonio cultural.
Así fue como consiguió esa enorme biblioteca particular que pasó a ser la más rica de Occidente en manuscritos griegos a la cual siempre pudieran tener acceso los estudiosos, con los que a menudo solía compartir comentarios e impresiones acerca de esas lecturas. Sus más de 800 códices griegos y bizantinos suponían un legado de incalculable valor que Bessarion protegió como si se tratara de la única semilla donde se conservaba una tradición cultural y una memoria ancestral.
Y así fue como mientras algunas bibliotecas desaparecían ultrajadas por los soldados otomanos, Bessarion consiguió recuperar innumerables textos y difundir copias de aquellos libros que tanto amaba, pues en sus propias palabras:
Bessarion, que era un gran diplomático y tenía por ello excelentes contactos, logró establecer una red de personas, entre feligreses, amigos e inclusive personas contratadas, para que le ayudaran a salvar códices y manuscritos, comprar, con su propia asignación, todos los textos griegos que pudo localizar rescatándolos de ese modo de las bibliotecas de Constantinopla que estaban siendo saqueadas e incendiadas por los soldados turcos que no robaban los valiosos textos para llevarlos como botín a sus bibliotecas, sino que los odiaban, aunque no sabían leerlos, o tal vez por eso, y por ello sólo buscaban destruirlos.
Con su gesta logró Bessarion preservar de las llamas ignominiosas de la ignorancia, muchísima de aquella luz vertida en sus obras por los más sabios, para que esta llama no dejase nunca de fluir y de inundar las mentes de las generaciones. Con dicha finalidad, e investido de la fuerza de un Atlas sosteniendo una cultura, realizó gestiones en Alemania, Venecia y Francia donde obtuvo las ayudas que necesitaba para salvar todo lo que pudo del patrimonio cultural.
Así fue como consiguió esa enorme biblioteca particular que pasó a ser la más rica de Occidente en manuscritos griegos a la cual siempre pudieran tener acceso los estudiosos, con los que a menudo solía compartir comentarios e impresiones acerca de esas lecturas. Sus más de 800 códices griegos y bizantinos suponían un legado de incalculable valor que Bessarion protegió como si se tratara de la única semilla donde se conservaba una tradición cultural y una memoria ancestral.
Y así fue como mientras algunas bibliotecas desaparecían ultrajadas por los soldados otomanos, Bessarion consiguió recuperar innumerables textos y difundir copias de aquellos libros que tanto amaba, pues en sus propias palabras:
Ellos están llenos de las
voces de los sabios, llenos de los ejemplos de la Antigüedad... ellos viven,
conversan, nos hablan, nos instruyen y nos consuelan.
Seguimos
en 1463, año en el que, como hemos dicho, es nombrado patriarca de
Constantinopla. Durante ese periodo su actividad se redobla haciendo esfuerzos
para continuar ayudando a la recuperación de la ciudad que estaba ya en poder
del imperio otomano. Depositar todos aquellos libros que había reunido en un
lugar seguro y al alcance de los interesados, se convirtió en una cuestión de
honor. Todo ello conduce a Bessarion a pensar que Venecia es el lugar idóneo
para salvaguardar aquel tesoro, por lo que hace donación de todos sus volúmenes
a dicha república.
Venecia
es una ciudad que conoce bien por haber ejercido allí como embajador de la
Santa Sede. Sabe pues que es un lugar fuerte y protegido, razón por la cual a
la ciudad están llegando las comunidades más importantes de griegos en la
diáspora, los que de ese modo podrían tener a su alcance esta biblioteca que
les mantuviera unidos a lo esencial de su cultura mientras están a la espera de
la reconquista de Constantinopla. No es de extrañar que todo ese ambiente
contribuyera a que la Venecia de entonces fuera considerada otra Bizancio, con una notable colonia griega, lo cual
a los ojos del mundo Occidental se veía como un bastión de férrea resistencia a
los turcos.
Cuando
Bessarion gestionó la donación de su biblioteca, hecho registrado el 31 de mayo
de 1468, consiguió de las autoridades un compromiso: el legado debía ser la
base para una gran biblioteca que permaneciese accesible a la consulta de los
estudiosos. Finalmente el pacto se alcanzó y Bessarion mandó su colección a la República
veneciana. Hoy en día estos libros se encuentran en la Biblioteca Marciana de
Venecia, o Biblioteca de San Marcos, conformando parte de una de las
colecciones de textos clásicos más grandes del mundo[1].
Una
sala que lleva el nombre de Bessarion acoge, entre códices e incunables, lo
ejemplares del cardenal. Una selectísima colección con obras de Platón, Plutarco (último sacerdote del templo
de Apolo, en Delfos), casi todo Aristóteles;
dos famosos manuscritos de la Ilíada; obras del monje bizantino
Máximo Planudo que contienen todo lo que se pudo salvar de la poesía helena;
San Agustín, Boecio y Ovidio, junto a estudios aritméticos del propio Planudo.
De
hecho todos sus contemporáneos sabían que la colección de Bessarion era algo
extraordinario, por eso la donación fue un hecho muy comentado. Esas mismas
fuentes coinciden en afirmar que él fue el artífice que hizo llegar la imprenta
a Venecia, de donde finalmente salieron los libros clásicos que se difundieron por
todas partes, llegando hasta nosotros.
La
donación magnífica de Bessarion y el pacto que éste alcanzó para ello dio la
oportunidad a Venecia de construir una de las más bellas bibliotecas del mundo
empleándose en el edificio y su revestimiento finísimos mármoles y decoraciones
pictóricas a base de frescos realizados nada menos que por la mano de Tiziano, Veronese y Tintoretto. Todo
un fino enmarque protector para tantos manuscritos célebres, tratados de
medicina, astrolabios, globos terráqueos, objetos científicos como un
planisferio, y otros instrumentos destinados a la navegación. Mª Ángeles Díaz. Los Corresponsales de Marsilio Ficino y el Entorno Femenino de la Academia Platónica de Florencia.
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