Iniciación
significa “ir hacia”, pero esta idea no debe poner ante nuestros ojos
exclusivamente la imagen de un camino luminoso y ascendente, pues de lo que se
trata es de la transmutación del alma y eso, en verdad, requiere estar
dispuesto a dar un salto al vacío donde lo que se entrega es la propia vida con
la esperanza, eso sí, de hallar una nueva posibilidad que nos permita ver el
mundo, o mejor, vernos a nosotros y al mundo con mirada renovada, como la de un
ser que acabara de nacer, constituyéndonos entonces en progenitores de esa
nueva criatura, de esa creación.
Esta idea la
simboliza el Hermetismo con el nacimiento del “niño alquímico”, el llamado
“niño de oro” que cada quien porta en su interior y al que puede, por su propia
voluntad y las herramientas apropiadas, insuflarle vida.
El
descubrimiento de esta posibilidad en uno renueva el mundo de quien lo
advierte, cambia la realidad, es todo un acontecimiento majestuoso que se vive
con palpitante emoción, puesto que consiste en gestar al “niño Dios” en
nosotros (el niño Horus), o sea nuestro verdadero ser autogenerado en el
interior del corazón siendo esa comprensión, es decir esa “concepción”, la
prueba solemne de que nuestro proceso iniciático ha comenzado una nueva etapa
en su “viaje” hacia el Conocimiento.
Por eso se
dice que la iniciación sólo la reciben los puros, lo que significa que no opera
a través de la mente (dual) o de la razón (aunque ésta sea válida en ciertos
estadios de realización), sino que es un “tono” sólo reconocible por el
diapasón del corazón.
Y como todo recién nacido este “niño de oro” requiere de
cuidados y atenciones para su adecuado crecimiento, y que todo le sea enseñado,
si bien quien se lo “enseña” en esta nueva etapa es su “Yo” más interno… con
algo de disciplina y mucho amor; pues uno de los secretos de la iniciación
hermética, que persigue la Sabiduría, es la fuerza del Amor, pero del Amor por
lo más alto, ese Amor que es capaz de mover montañas y por ello mismo idóneo,
como ninguna otra fuerza, para encauzar la voluntad del que persigue conocerse
a sí mismo, de re-encontrar, o re-conocer, al Noûs-Dios en él.
La Enseñanza de la Cosmogonía Hermética, que incluye la
Alquimia y que tiende hacia la Metafísica, es por ello denominada la Gran Obra,
la cual tiene como programa disciplinario el estudio de las letras y los
números, que son sus emisarios.
Esta es una imagen solar y radiante, es decir que irradia
luz inteligente, vinculada con las Ciencias y las Artes, y por ello mismo con
las Musas por antonomasia, pues son estas diosas de la Memoria las que pueden
obrar, mediante el arte que cada una de ellas patrocina, tamaño prodigio que no
es menor, sino grande y mágico, pues lo que auténticamente persigue, como
decíamos, es la autogeneración de la Deidad en nosotros. (Yo padre, yo madre,
yo el Ser).
La Iniciación Hermética es algo real y efectivo que se
produce en la interioridad del ser humano, y de la que dan cuenta los que han
pasado por sucesivas muertes y resurrecciones (pruebas dolorosas, muy dolorosas
en el largo camino del Conocimiento pues “quien no sufre por amor no ama”), y
han alcanzado a restituir al hombre verdadero nacido en ese segundo nacimiento
del que hablábamos, y están por ello a la espera, o sea esperanzados, de seguir
viajando, y ascendiendo, ahora sí, por las altas cumbres del Parnaso hasta
obtener un tercer y definitivo nacimiento, esta vez polar.