En lo más profundo de la madrugada del día 9 de Noviembre de
2014, a
tan solo dos días de sus 81 años (que se cumplen ...precisamente hoy, día 11),
ha fallecido uno de los hombres más excepcionales que sin duda ha dado nuestro
tiempo: Federico González Frías. Es una pérdida irreparable para su familia, de
la que sus alumnos y amigos más cercanos formamos parte, y una pérdida también
para quienes en algún momento de sus vidas lo conocieron, a él personalmente o
a su obra y se vieron beneficiados por su pensamiento, como está quedando
demostrado por las numerosas muestras de cariño, respeto y admiración llegadas
de todas las partes de la tierra que estamos recibiendo estos días desde
distintos medios.
Federico ha dejado un vacío en este mundo ya crepuscular,
que quizá se haya hecho un poco más oscuro sin él, aunque estamos convencidos
que ese vacío lo llenará todo lo que hizo por la permanencia y actualización de
la Filosofía Perenne o Ciencia Sagrada, a la que en algún momento describió
como una panacea o medicina universal expresada a través de “una serie ordenada
de conocimientos interrelacionados, de una doctrina (jamás de un dogma), capaz
de explicar a los hombres su propia naturaleza y la del mundo en que viven”
("Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha").
De Federico podría afirmarse aquello que los antiguos
manifiestos rosacruces decían acerca de los verdaderos sabios, y que él mismo
recoge también en "Las Utopías Renacentistas", una de sus obras
fundamentales sobre la historia de las Ideas:
“téngase por seguro que las
personas enviadas y reunidas por Dios, los seres más sutiles de cada siglo son
obra de la máquina del mundo, y ellos viven por encima de los demás en la más
alta unidad y el mayor secreto”
Pero si hay momentos en que las palabras se hacen más
difíciles de articular este es uno de ellos, y sin embargo nos vemos en la
necesidad imperiosa de decir, de expresar, de manifestar precisamente ahora,
cuando más turbada está el alma por la pérdida del amigo, del hermano y del
padre espiritual, estas brevísimas palabras, apenas un esbozo, acerca de qué
hombre excepcional estamos hablando.
En este turno tenía que leer el Salmo 103, titulado “Dios es
amor”, un Salmo bellísimo y profundo, pero finalmente me di cuenta que en
verdad no tenía necesidad alguna de acudir al rey David para hablar de ese amor
y sus bendiciones que nos rescatan del olvido, del sueño y la fosa de la muerte
(a-mor: no muerte, como decía Dante en la Vida Nueva). Ese amor nos fue dado en
abundancia por Federico, quien también nos enseñó a todos los aquí presentes el
respeto hacia lo sagrado, imprescindible en una vía de Conocimiento en la que
el propio Federico, con la Enseñanza de su obra escrita y oral, y también por
medio de su Escuela de Pensamiento basada en ella, nos introdujo a través de
los vehículos simbólicos de la Tradición Hermética, a la que Federico ha
contribuido decisivamente a refundar para nuestro tiempo, dándole una nueva
vitalidad para seguir siendo lo que ésta ha sido siempre para Occidente: su
luminoso faro intelectual.
No en vano el lema de Federico, y que resume su acción en el
mundo, es In Omnia Caritate, “En todo la Caridad”. ¿Y cómo no iba a dar él esa
caridad, ese amor, a quienes se acercaron y oyeron su verbo fecundo,
espermático, y estudiaron su obra escrita, y la siguen y seguirán estudiando, y
recreándola, asumiendo esa herencia recibida? Pues su Enseñanza es como una
brasa siempre encendida capaz en cualquier momento de inflamar el alma y
arrebatarla hacia “las regiones siempre vírgenes” del Espíritu. El amor, como
la inteligencia a la que está íntimamente unido, es hijo de la Sabiduría, y es
ella, madre y amante generosa, la que lo nutre y alimenta, como el Pelícano
alimenta a sus hijos con su propia sangre. En su primer libro, El Simbolismo de
la Rueda, Federico recoge estas palabras de Salomón acerca de la Sabiduría:
“Hay en ella un espíritu
inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro,
impasible, amante del bien, agudo, incoercible, bienhechor, amigo del hombre,
firme, seguro, sereno, que todo lo puede, que todo lo observa, penetra todos
los espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles. Porque a todo
movimiento supera en movilidad la Sabiduría, todo lo atraviesa y penetra en
virtud de su pureza. Es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la
gloria del Omnipresente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un
reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una
imagen de su bondad. Aun siendo sola, lo puede todo, sin salir de sí misma
renueva el universo, en todas las edades entrando en las almas santas, forma en
ellas amigos de Dios y profetas, porque Dios no ama sino a quien vive con la
Sabiduría.”
No se puede hablar nunca en pasado de la Enseñanza y la obra
de Federico. Su espíritu es una fuente sobreabundante, un torrente de agua viva
que no cesará nunca de manar pues se ha fundido con el Uno y Solo de que habla
el "Corpus Hermeticum". El es la encarnación de Hermes, heraldo
divino, intérprete del Misterio, un teúrgo, un mago, un chamán u
hombre-medicina, un héroe civilizador, que une permanentemente el cielo con la
tierra, y la tierra con el cielo. Por eso mismo fue también un celoso guerrero,
un poderoso león que guarda y protege el recinto sagrado.
Cuando mi Maestro pronuncia su palabra la imagen sonora de
una Idea arquetípica irrumpe como un relámpago en la oscuridad de la
ignorancia, y se hace la posibilidad de ser en el corazón. La realización
espiritual es ahora, y jamás ha estado sujeta al tiempo cronológico. El mito
sagrado, como el símbolo y el rito, están vivos y pueden ser encarnados. De lo
contrario, ¿qué sentido tendría entonces la transmisión del Conocimiento, de la
Gnosis? Recordando la Primera Epístola de San Juan, podríamos decir con el águila
de Patmos:
“Lo que existía desde el
principio, / lo que hemos oído, / lo que hemos visto con nuestros ojos, / lo
que contemplamos / y tocaron nuestras manos / acerca de la Palabra de vida, /
-pues la Vida se manifestó, / y nosotros la hemos visto y damos testimonio / y
os anunciamos la Vida eterna, / que estaba vuelta hacia el Padre y que / se nos
manifestó- / lo que hemos visto y oído, / os lo anunciamos, / para que también
vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el
Padre / y con su Hijo…”
Esto fue, es y será por siempre nuestro Querido Maestro,
Federico González Frías, que ha tomado como soporte una estrella en el
firmamento para realizar su último viaje, más allá del Ser, hacia la Libertad
absoluta, No-dual e Incondicionada, un estado que es la esencia misma de su
pensamiento y su Enseñanza metafísica.
Federico, “Príncipe de la Paz”, ave Phoenix de nuestro
tiempo, permanecerás por siempre vivo en la memoria y en el corazón de todos
aquellos a los que acogiste bajo tus alas, los que, como señalaste en cierta
ocasión, “habiendo heredado no hurtan”. Descansa en la Paz.
Francisco Ariza. Palabras pronunciadas durante sus Honras
Fúnebres (11- 11- 2014).
(Se publica con autorización)
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