(Fig. 1)
"El
símbolo del Laberinto ejemplifica perfectamente el proceso del Conocimiento,
al menos en sus primeras etapas, aquellas en las que el ser ha de
enfrentarse con la densidad de su propio psiquismo (reflejo del medio profano
en que ha nacido y vive), esto es, con sus estados inferiores, separando
alquímicamente lo espeso de lo sutil, que el alma experimenta como
sucesivas muertes y nacimientos –solve et coagula–, sorteando al mismo
tiempo numerosas pruebas y peligros que no hacen sino traducir el propio
conflicto o psico-drama interior. Ese desasosiego es propio de aquel que
habiendo abandonado sus seguridades e identificaciones egóticas descubre
ante sí un mundo completamente nuevo, y por tanto desconocido, pero
hacia el que se siente atraído porque en verdad intuye que atravesándolo
es que podrá reencontrarse con su verdadera patria y destino.
Esa
impresión indeleble de estar totalmente perdidos ha de llevarnos imperiosamente
a encontrar la salida, ayudados siempre por la Tradición (y sus
mensajeros los símbolos), que en este caso nos llega por medio de este Programa
Agartha, que a modo de guía o eje ha de conducirnos (siempre y cuando
nuestra actitud sea recta y sincera) a un estado de virginidad, a un espacio
vacío imprescindible apto para la fecundación del Espíritu, lo cual se vive
en lo más interno y secreto del corazón.
(Fig. 2)
Debemos
señalar que muchos laberintos representados en el arte de todos los
pueblos son auténticos mandalas o esquemas del cosmos, es decir de la vida
misma, con sus luces y sombras, lo que nos permitirá comprender que ese
proceso laberíntico es en realidad un viaje arquetípico, una gesta, en suma,
que todos los héroes mitológicos y hombres de conocimiento han realizado,
y que nos servirá de modelo ejemplar a imitar, tal y como estamos
viendo en la serie "Biografías".
En verdad el viaje por el laberinto es un
peregrinaje ligado a la búsqueda del centro, y en este sentido es importante
destacar que en muchas iglesias medioevales figuraba un laberinto
(como en Chartres, en medio del cual aparecía antiguamente el combate
entre Teseo y el Minotauro) que recorrían de forma ritual todos aquellos
que, por una u otra razón, no podían cumplir su peregrinaje al centro
sagrado de su tradición (por ejemplo Santiago de Compostela, o Jerusalén),
el que era considerado un sustituto o reflejo de la verdadera "Tierra
Santa", donde los conflictos y luchas han finalizado, posibilitando así el
ascenso por los estados superiores hasta lograr la salida definitiva de la Rueda
del Mundo.
(Fig. 3)
Como
hemos dicho anteriormente hablando de la simbólica del Templo, esos
laberintos se encontraban justo después de la pila bautismal (Yesod), y antes de
llegar al altar (Tifereth, el corazón), es decir entre el bautismo de agua
–relacionado con la regeneración psicológica y los viajes terrestres– y el
bautismo de fuego, vinculado a su vez con el sacrificio por el espíritu y los
viajes celestes, horizontales unos y verticales los otros. En el Árbol Sefirótico,
el laberinto corresponde, pues, a Yetsirah, el plano de las formaciones,
o de las "Aguas inferiores", las que el aprendiz ha de atravesar
en su viaje por los estados y mundos del Árbol de la Vida.
Añadiremos,
para finalizar, que en el Adam Kadmon microcósmico, o sea el
hombre, este laberinto ha de ser ubicado en la zona ventral, área que se destaca
tanto por sus combustiones y revoluciones, como por la analogía que
presentan sus órganos internos con la representación general del laberinto".
(Fig. 4)
Fig.2: Casa de Lucrecio, Pompeya. Paolo Santarcangeli, El libro de los laberintos (il. nº 23). Siruela, Madrid 1997, que hemos tomado de Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. de Federico González y Colaboradores. Número 25-26 de la Revista Symbolos Arte - Cultura - Gnosis. ISSN 1562-9910.
Fig. 3: Laberinto de Cormerod, Imagen tomada del Número 4 de la Revista Symbolos.
Fig. 5 Adam Kadmon: Wikipedia
Ver también en la sección Artículos de la Gran Logia Operativa Latina y Americana