a Academia de Atenas” es, seguramente, la pintura más representativa de lo que significó el espíritu del Renacimiento, que fue el de la conciliación y la concordia, las que preconizaba justamente Pico della Mirandola, Conde de la Concordia.
Si Pico escribió “Novecientas Tesis” en las que demostraba que las enseñanzas metafísicas de Sócrates, Platón, Pitágoras, Zoroastro o Cristo -por ejemplo- y las Ciencias Naturales, es decir, la Física, la Astronomía, la Medicina, la Matemática, la Lógica, etc., que exponían Aristóteles, Euclides o Averroes, no eran antagónicas, sino puntos de vista complementarios, Rafael realiza esa misma conjunción de unidad a través de esta pintura donde muestra, reunidos bajo el mismo techo, a los grandes maestros de la Antigüedad, tanto religiosos como laicos, estudiando y dialogando entre sí, mostrando sus teorías y ciencias a los que se acercan a escucharlos.
Eso es lo que expresa el pintor de Urbino cuando hace entrar en la Academia de Atenas, el templo de las artes y las ciencias, a Platón, quien señala la vertical, y a Aristóteles, cuyo gesto se refiere precisamente al plano horizontal. El primero portando bajo el brazo un ejemplar del Timeo, el diálogo más pitagórico de Platón, y el segundo llevando en la mano otro ejemplar, en este caso de su Etica.
Ambos sabios están flanqueados por Apolo y Atenea a uno y otro lado del pórtico de acceso, deidades que están simbolizando las dos columnas sobre las que se sostiene la Academia, que fue, y es, una forma de la Utopía. Por un lado Apolo con su lira evocadora, representando la luz y el impulso poetico de la Tradición Orfica y Ancestral, y del otro Atenea, la diosa guerrera, pero también de la Sabiduría, la que debe aplicarse en todas las artes. Es decir que representa a la Sabiduría actuando en el mundo.
Allí, absortos en sus trabajos y diálogos, il nostro Rafaello, como llamaban cariñosamente sus amigos filósofos y artistas al brillante pintor, retrata a los padres del saber, sin distinción de religión, procedencia, ni personalismo.
Cristo no era cristiano, es decir no estaba adscrito a una forma particular de la Ciencia Sagrada. El Cristo es una vivencia del Hombre Verdadero, y es algo que sólo en el corazón se experimenta. Cristo es una guía, pero si esa vía de unidad que Cristo representa no se ve igualmente reflejada en las palabras de Poimandrés, en los himnos de Orfeo, en las palabras de Zoroastro…, no se verá en ninguna parte. La intuición intelectual, como bien advierte René Guénon, no está en el cerebro, sino en el corazón, donde se encuentra la sede de la Inteligencia.
Además de los ya mencionados maestros, en el fresco de Rafael vemos también a Sócrates, Hipatia de Alejandría, Homero, Zenón, Parménides, Heráclito, Alejandro Magno, Diógenes, Ptolomeo, Zenón, entre otros. El propio pintor aparece autorretratado y mirando al espectador, siendo junto con Hipatia los únicos personajes que así miran.
También se aprecia la faz de algunos contemporáneos amigos tanto de Rafael como de Pico, ese es el caso de Miguel Angel, de quien Rafael toma la esfinge para representar a Heráclito, o Leonardo da Vinci, a quien elige Rafael como modelo para representar a Platón.
Tanto el texto de Pico, extraído del “Discurso sobre la Dignidad del Hombre”, con el que se dirigió a sus conciudadanos para presentar su tratado de “Novecientas Tesis”, así como el fresco de Rafael o la música de Guglielmo Hebreo -el judío que inundó de bellas músicas y coreografías las Cortes italianas- pertenecen a la misma época y al mismo entorno de la Academia de Florencia; pues todos ellos estaban vinculados a ella intelectualmente y de corazón, considerándose amigos, compañeros y ciudadanos de la Patria Celeste, a la que secretamente pertenecían en unión con los ancestros de todas las tradiciones verdaderas, ramas de un mismo tronco universal.
Todos ellos apostaron por ir al encuentro de la antigüedad que consideraban como un territorio a conquistar y punto de apoyo para cualquier idea de progreso. Es decir que estos hermetistas obtuvieron la fuerza para reiniciar la cultura en un momento de abatimiento y oscurantismo, porque supieron ver que “todos los grandes movimientos progresistas parten siempre de una mirada al pasado”.
Presento con satisfacción este pequeño audiovisual, el segundo de esta “Pinacoteca Simbólica”, porque soy consciente que con él evoco un momento histórico al cual tanto le debemos, y porque con ello contribuyo, en alguna medida, a divulgar un pensamiento y con él “un mensaje oculto, una ciencia sagrada que la humanidad ha estado a punto de perder en numerosas oportunidades y que los iniciados en ese conocimiento han tratado de preservar y al mismo tiempo testimoniar y difundir de las más diferentes y aún extraordinarias maneras, pues siempre han pensado que cuando ese Conocimiento se pierda definitivamente será el fin de esta humanidad sumida en la ignorancia y la peor brutalidad”. Así lo entendió Orfeo cubriendo y protegiendo los misterios de sus enseñanzas con fábulas, y disimulándolos con el ropaje de la poesía, al punto de que cualquiera no avezado en el Arte Real, cree ver en sus himnos “cuentecillos y simples naderías”.
Para Pico, profundamente fascinado como estaba por la majestad del ser humano, no hay nada más apasionante que conocer a ese “camaleón” al que tantos elogios dedicó, por ser la obra más hermosa del Creador. Y el único ser con capacidad para transformarse a sí mismo haciendo producir, a su libre albedrío, las semillas de su celemín. Núria.
Galería de los Uffici (Florencia). En la imagen se aprecia el original del famoso retrato -de autor anónimo- de Pico della Mirándola, así como un fragmento que revela la belleza del recinto donde se alojan las obras más emblemáticas del Renacimiento italiano, tanto escultóricas como plásticas, las que fueron realizadas por artistas de la talla de Rafael, Botticelli, Leonardo, Miguel Angel o Giotto entre otros muchos de igual envergadura. Foto de la autora del blog.
Discurso sobre la Dignidad del Hombre (Fragmento)
Giovanni Pico della Mirandola
uy honorables Padres. He leído en obras árabes que el sarraceno Abdalá, preguntado acerca de lo que en esta especie de escena del mundo se reputaba como más digno de admiración, respondió que nada podía considerarse más admirable que el hombre. Opinión con la que coincide la famosa expresión de Mercurio: “¡Ay Asclepio, qué gran maravilla es el hombre!”.
Puesto a meditar acerca de la razón de tales sentencias, no me satisfacían las numerosas explicaciones de la excelencia de la naturaleza humana que muchos pensadores dan, a saber: que el hombre es el intermediario entre todas las criaturas, servidor de las superiores y rey de las inferiores; intérprete de la naturaleza por la agudeza de sus sentidos, por la capacidad inquisitiva de su mente y por la claridad de su inteligencia; punto de transición entre el mundo eterno y el tiempo cambiante y (lo que dicen los persas) cópula, o mejor himeneo del mundo; y, como dice David, un poco inferior a los ángeles. Ciertamente que estas son poderosas razones, pero no son en absoluto las principales, es decir, aquellas capaces de reclamar en derecho para él el privilegio de la admiración general. Pues, de ser así, ¿por qué no sentimos mayor admiración por los propios ángeles y los hermosos coros celestiales?
Finalmente me pareció que había comprendido por qué el hombre es el animal más afortunado y, por tanto, digno de toda admiración, y cuál es precisamente aquella condición que le ha tocado en suerte en el orden universal, codiciada no sólo por los seres irracionales, sino también por los astros y los espíritus ultramundanos.
(…)
Así pues el Hacedor tomó al hombre e hizo una obra de naturaleza indefinida al que puso en el centro del mundo, hablándole de esta manera:
-Oh Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni un aspecto propio, ni una prerrogativa peculiar con el fin de que poseas el lugar, el aspecto y la prerrogativa que conscientemente elijas y que de acuerdo con tu naturaleza obtengas y conserves. La naturaleza definida de los otros seres está constreñida por las precisas leyes por mí prescritas. Tú, en cambio, no constreñido por estrechez alguna, definirás tus propios límites, según tu propio albedrío en cuyas manos te he puesto. Te he situado en el centro del mundo para que observes comodamente cuanto en él existe. No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de ti mismo, te informases y plasmases en la obra lo que prefirieras. Podrás degenerar en los seres inferiores que son las bestias, podrás regenerarte, según tu ánimo, en las realidades superiores que son divinas.
¡Oh suma libertad de Dios padre, oh suprema y admirable suerte del hombre al cual le ha sido concedido el obtener lo que desee, ser lo que quiera!
¿Quién habrá que no admire a este camaleón nuestro? O, más bien, ¿quién admirará más cualquier otra cosa?
No se equivoca Asclepio el Ateniense, en razón del aspecto cambiante y en razón de una naturaleza que se transforma hasta a sí misma, cuando dice que en los misterios el hombre era simbolizado por Proteo. De aquí las metamorfosis celebradas por los hebreos y por los pitagóricos. También la más secreta teología hebraica, en efecto, transforma a Henoch ya en aquel ángel de la divinidad, llamado malakh ha-shekhinah, ya, según otros, en otros espíritus divinos. Y los pitagóricos transforman a los malvados en bestias y, de dar crédito a Empedocles, hasta en plantas. A imitación de lo cual solía repetir Mahoma y con razón: "Quien se aleja de la ley divina acaba por volverse una bestia". No es, en efecto, la corteza lo que hace la planta, sino su naturaleza muda e insensible; no es el cuero lo que hace la bestia de labor, sino el alma bruta y sensual; ni la forma circular del cielo, sino la recta razón, ni la separación del cuerpo hace el ángel, sino la inteligencia espiritual.
(…)
Recordemos, no obstante, oh padres, los tres preceptos délficos indispensables a aquéllos que tengan la intención de penetrar en el sacrosanto y augustísimo templo, no del falso sino del verdadero Apolo que ilumina toda alma que viene a este mundo. Veréis que no reclaman otra cosa que no sea abrazar con todas nuestras fuerzas aquella triple filosofía sobre la que ahora discutimos.
En efecto, aquel medén agan, esto es, "nada en exceso", prescribe rectamente la norma y la regla de toda virtud a través del justo medio, del cual trata la filosofía. Luego tenemos el famoso gnothi seautón, esto es, "conócete a ti mismo", que nos incita y exhorta al conocimiento de toda la naturaleza, de la cual el hombre es intersticio. Pues quien, en efecto, se conoce a sí mismo, conoce a través de él todas las cosas, como escribió primero Zoroastro y después Platón en Alcibíades. Finalmente, iluminados en tal conocimiento a través de la filosofía natural, y ya próximos a Dios, pronunciando el saludo teológico ei, esto es, eres, llamaremos familiarmente y con alegría al verdadero Apolo.
Consultaremos también al sapientísimo Pitágoras, sabio sobre todo por no haberse nunca considerado digno de tal nombre. Este nos prescribirá en primer lugar: "No sentarnos sobre el celemín", esto es, no dejar inactiva, o mejor, no abandonar a la desidia aquella parte racional con la cual el alma mide, juzga y examina todas las cosas, sino encauzarla y mantenerla pronta con el ejercicio y la regla de la dialéctica.
(…)
Examinemos también los documentos de los caldeos y, si les damos autoridad, encontraremos que en virtud de las mismas artes se abre a los mortales la vía de la felicidad. Escriben los intérpretes caldeos que fue sentencia de Zoroastro que el alma era alada y que, al caérseles las alas, en su caída se conduce a un cuerpo y vuelve a volar hacia los dioses cuando de nuevo le crecen. Habiéndole preguntado los discípulos de qué modo podrían obtener un alma apta para el vuelo con alas bien emplumadas, respondió: "Rociar las alas con las aguas de la vida". Insistiendo aquéllos con sus preguntas de cómo y dónde conseguirían estas aguas, les respondió, según era su costumbre, con una parábola: "El paraíso de Dios está bañado e irrigado por cuatro ríos: alcancen allí las aguas salutíferas". El río que fluye desde Septentrión se llama Pischon, que significa justicia; el del Ocaso tiene por nombre Sichon, que significa expiación; el que fluye desde el Este se llama Chiddekel, y quiere decir luz, y el que fluye, desde Mediodía, se llama Perath, y se puede interpretar por fe.
(…)
Estos son, acaso, los sabios conocimientos matutinos, meridianos y vespertinos cantados primero por David y después expuestos de nuevo por Agustín. Esta es la luz de mediodía que inflama a los Serafines cayendo a plomo sobre ellos y los Querubines, y la sabiduría a la que se refería el antiguo padre Abraham. Este es el lugar donde, según la enseñanza de los cabalistas y de los árabes, no hay sitio para los espíritus inmundos.
Notas:
* El celemín es una medida agraria de capacidad que sirve para recoger en número, peso y medida, las semillas equivalentes al campo donde éstas deben sembrarse. Simbolicamente uno mismo es un celemín cuando llega a este mundo. Un cuenco conteniendo todas las semillas de nuestras posibilidades de desarrollo. De cada quien depende, en buena medida, que ese celemín se convierta en un campo fértil. Esta idea está igualmente simbolizada en la parábola bíblica de los talentos, los que el ser humano recibe con el fin de hacerlos producir en el transcurso de su existencia.
**Asimismo remito al post de Sahaquiel: “El utilitarismo y la decadencia del conocimiento”, publicado en su blog "Astrum In Homine", donde se incide y se arroja luz sobre el papel de Pico y de los hermetistas en general, en la reverberación y transmisión de la Filosofía Secreta durante el Renacimiento.
*** La pieza musical del vídeo es, como se dice, de Guglielmo Hebreo (Guglielmo Ebreo de Pesaro) y lleva por título “El Renacimiento en la Corte de Nápoles”. Guglielmo es autor del primer tratado de coreografía, arte vinculado al hermetismo, que tiene que ver con medir los tiempos y coordinar los movimientos en el espacio. El arte de la danza o Balleto, degradaría siglos más tarde, especialmente en Francia, en el edulcorado y amanerado ballet -palabra derivada de la italiana- donde la contorsión artificiosa del bailarín, el disimulo para ocultar el dolor en los dedos de los pies, etc., forma parte sustancial del espectáculo. Para Gugliemo, en cambio, la danza es ante todo gracia y naturalidad y debe nacer espontáneamente por el ardor que la música produce al llegar al corazón, o sea, que “la armonía y el suave canto que por el oído llega al corazón provoca tal dulzura que de ello nace un vivo ardor del cual surge la danza que tanto gusta". El título de la obra de Guglielmo es: Pratica se arte tripudii vulgare opusculum.
Pulsar AQUÍ para ver el Vídeo "La Academia de Atenas", en el canal dmiventana.