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domingo, 31 de enero de 2010

Mimosa, árbol solar





La Naturaleza no deja de sorprenderme. Antes de acabar el año, la mimosa, un tipo de acacia, que hay frente a mi casa comenzó a amarillear. La llevo contemplando desde que nació hace unos años; está en la puerta de una vieja masía del siglo XVIII deshabitada. Hay muchas masías de ese siglo y anteriores por la zona donde vivo, como por ejemplo una que está en una colina cobijada bajo la sombra de un robusto roble también centenario. Me percato que esta mimosa ha roto a florecer justo en el solsticio de invierno, es decir que su fruto ha brotado bajo los primeros rayos del Sol, que en su rito anual por fin ha vencido a las tinieblas. De hecho existe una relación entre la acacia y Cristo (el Sol invicto) pues según cuenta la Tradición su corona de espinas era de este árbol, también solar, de tal manera que las espinas de la planta son en realidad los propios rayos del astro. Es por todo esto que la acacia, en el simbolismo iniciático de la Masonería, representa la regeneración espiritual, un nuevo cuerpo de luz del que somos investidos una vez hemos abandonado definitivamente al “hombre viejo”.

A tenor de estos signos de concordia y armonía, entre Cielo y Tierra, intuyo que este año que recién inauguramos va a traerme grandes venturas. Dios lo quiera así.




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