Y así fue para la organización iniciática,
de carácter caballeresco, conocida como los Fieles de Amor, a la que perteneció
Dante, Cavalcanti, Boccaccio y Petrarca, entre otros, para quienes la Sabiduría
estuvo simbolizada por una Madonna
que se manifestaba en el alma de aquel que había alcanzado un estado de
virginidad igual a la materia prima de la obra alquímica, viendo en los
misterios del Amor y en la fuerza de atracción que este provoca en los amantes,
un símbolo de esa amada, por lo cual conquistarla y lograr hacerla compañera o
esposa se convirtió en una meta hacia la que dirigirse con el fin de poder
decir, como lo hizo Cecco d’Ascoli, otro de los miembros de esta organización: “Yo
soy ella”. Esto es así porque, como hemos señalado, aquello que verdaderamente se
invoca con la iniciación es el despertar de la propia conciencia y de aquellas
potencias interiores que permanecen en estado latente, y que pueden ser
activadas por la energía del Amor, acerca del cual dice Dante en el Convivio (III, 2, 9):
Este amor, es decir, la unión de mi alma con esta
noble dama, a través de la cual mucho de la divina luz se me mostraba, es aquel
razonar del que hablo; porque de él nacían continuos pensamientos, que
admiraban y examinaban los valores de esta dama que, espiritualmente, se había
hecho una misma cosa con mi alma.
Para Dante esta figura simbólica fue
Beatriz, a la que ya cita en su primera obra, la Vita Nuova, y que posteriormente en la tercera parte de la Divina Comedia le guía en su viaje por
las esferas celestes, que constituyen los estados superiores de su ser. Para
Cavalcanti el nombre de esta fémina fue Giovanna, Laura para Petrarca, Fiammeta
para Boccaccio. Pero a pesar de la diversidad de sus nombres, todas estas
mujeres representaban a una única Dama, que los Fieles de Amor denominaban el
“Santo Conocimiento”, o sea la Gnosis, o la “Doctrina Secreta”. Por eso Dante
llama a Beatriz “la gloriosa mujer del espíritu”. Así es en el plano simbólico
como expresión del Mundo Inteligible, pero esto no excluye que esa energía
espiritual suscitada por la idealización del principio femenino se corresponda
también en el plano concreto a través de la unión con una mujer real, que se transformaba
en la mujer iniciática, tal y como expresa Guido Cavalcanti en sus Rimas:
Me parece salir de sus labios / una tan bella mujer,
que el espíritu / no puede comprenderla, porque en seguida / nace de ella otro
de una felicidad nueva / de la que parece que se desprende una estrella / y
ella dice: tu salud ha aparecido.
La salud a la que se alude debe
ponerse en correspondencia con las letras que aparecen escritas en cada una de
las cinco puntas del Pentagrama Áureo de la tradición pitagórica, símbolo de hygeia (salud) y renacimiento espiritual.
Estas mujeres, reales o idealizadas, podían, por su belleza y virtudes intrínsecas,
aparecer ante los ojos de los miembros de esta organización como un estímulo capaz
de hacerles avanzar en un camino de perfeccionamiento con el fin de hacerse
dignos de esa “gloriosa mujer del espíritu”. Es así como los Fieles de Amor seguían
una Tradición que arraigaba en la Sabiduría eterna, pero que de partida podemos
muy bien situar en dos textos bíblicos: Cantar
de los Cantares, por un lado, donde el rey Salomón dedica hermosos versos a
la sulamita, la cual posiblemente no sea otra que la reina de Saba, la mujer
que para el sabio rey encarnó el modelo de esta Dama simbólica. El otro, también
de este rey, es el Libro de Sabiduría,
al cual pertenece el siguiente fragmento:
Pues hay en ella un espíritu inteligente, santo, único,
múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible, amante del
bien, agudo, incoercible, bienhechor, amigo del hombre, firme, seguro, que todo
lo puede, todo lo observa, penetra todos los espíritus, los inteligentes, los
puros, los más sutiles. Porque a todo movimiento supera en movilidad la
Sabiduría, todo lo atraviesa y penetra en virtud de su pureza. Es un hálito del
poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, por lo que nada
manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin
mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad. Aun siendo sola, lo
puede todo; sin salir de sí misma, renueva el universo; en todas las edades,
entrando en las almas santas, forma en ellas amigos de Dios y profetas, porque
Dios no ama sino a quien vive con la Sabiduría. Es ella, en efecto, más bella
que el sol, supera todas las constelaciones; comparada con la luz, sale
vencedora, porque a la luz sucede la noche, pero contra la Sabiduría no
prevalece la maldad. (Sabiduría VII,
22-30).
Como vemos por estos versículos el
culto al aspecto femenino de la Divinidad es una vía que cuenta con el recurso
de la emotividad como motor para despertar en uno la Inteligencia activa,
aquella energía que nos da fuerza para seguir nuestro destino. Guardar, meditar
y reflexionar hasta desentrañar el verdadero significado de aquello que los
símbolos y los mitos revelan, es el medio por el que estas enseñanzas pueden fructificar.
Por el contrario, los que están apegados al sentido literal no están
cualificados para transitar por la vía iniciática. Ellos solo alcanzan el
primer peldaño de la “Escala Filosófica”, por utilizar una expresión propia del
Hermetismo medieval y por consiguiente de los Fieles de Amor.
Precisamente la Escala Filosófica
formaba parte del aprendizaje de dicha milicia, y ella se refería al simbolismo
de las Artes Liberales, representado por siete Damas que a su vez simbolizan las
siete virtudes, siendo todo ello una emanación de la Diosa Sabiduría, algunos de
cuyos aspectos el rey Salomón describe en esos versículos citados[1]. Asimismo,
las siete Artes Liberales se corresponden con las siete esferas planetarias, que
son evidentemente grados de iniciación, y que por tanto se encuentran vinculados
con los estados superiores del Ser. A estos estados se refiere Dante en la
tercera parte de la Divina Comedia (“Paraíso”),
en donde menciona los siete primeros cielos a través de los cuales es guiado precisamente
por su Dama Beatriz. Este aprendizaje gradual asociado al estudio de las
Ciencias y las Artes, está igualmente relacionado con las Musas, dado que son
estas diosas hijas de Mnemosine, la Memoria,
las que pueden obrar mediante el arte que cada una de ellas promueve en el
ánimo de quien las invoca, el prodigio que todo proceso iniciático persigue: la
autogeneración de la Deidad en uno mismo. Mª Angeles Díaz
Fragmento de mi artículo: "Los Mitos Femeninos de la Iniciación", publicado en el nº 49 de la revista CULTURA MASÓNICA.
Imagen de arriba: Dante y Beatriz en un manuscrito del siglo XIV.
Imagen de abajo: Dante y Beatriz en el jardín secreto de Mª Ángeles Díaz
[1] Esa es la misma
Escala Filosófica que figura en el grado 30, Caballero Kadosch, de la Masonería Escocesa.