No todos los viajes terminan cuando uno regresa al lugar donde tiene su casa, su familia, su trabajo, su rutina… Algunos son como si se llevaran dentro y por eso son viajes que continúan realizándose en el interior, suscitándonos nuevas aventuras intelectuales y encuentros con personajes verdaderamente fascinantes, a los que merece la pena conocer, indagar en sus vidas y obras, lo que abre una ventana a otra época y otro entorno vital y geográfico. Pero especialmente abren un espacio nuevo en el corazón y una renovada percepción sobre las cosas. Cierto que eso nos puede ocurrir en cualquier parte a donde vayamos, pues personajes insignes los ha habido por doquier a lo largo del tiempo, pero lo que no es habitual es descubrir que las personas más relevantes con las que te vas encontrando «fortuitamente» en el trayecto, si bien pertenecen a diferentes momentos de la Historia, están todas ellas mágicamente vinculadas a la isla de Andros y al mismo tiempo a la Tradición Hermética.
Lo cierto es que he podido comprobar que estas ilustres personas a las que me refiero, y que de forma asombrosa desde el principio me salen al paso, constituyen en sí mismas eslabones de la cadena áurea. Se trata de personajes cuya relevancia ha sido la de sustentar a lo largo de las épocas, la Filosofía Perenne, siendo ellos los que, en distintas coyunturas del tiempo, han mantenido vivo el lazo de los seres mortales y transitorios con la Identidad Suprema. Y aunque el nivel de aproximación y comprensión que alcanzaron es distinto en cada uno de ellos, como diferentes han sido sus circunstancias y sus propias sensibilidades, lo llamativo es que todos se han constituido en la correa de transmisión de la Antigua Sabiduría egipcia y greco-romana que vivió a través de Pitágoras, Sócrates, Platón, los neo-pitagóricos y los neo-platónicos, quienes asimilaron y sintetizaron todo ese saber ancestral heredado de la Tradición Primordial: aquélla que nos señala a los hombres de todas las épocas el camino vertical y nos da los valores eternos, soporte fundamental para crear –o refundar–, adaptándola a los tiempos, una Cultura.
El caso es que hace más de cuatro meses que volví de Andros y sin embargo el recuerdo de ese lugar no ha dejado de tener presencia viva en mi memoria, especialmente porque no han dejado de producirse hechos verdaderamente mágicos que me acercan una y otra vez a la isla, dándome a conocer una historia verdadera, aunque aparentemente oculta, relacionada con la Tradición de Hermes y con el Mediterráneo. Sin duda algo me querrá decir todo esto, tal vez tenga que volver a Andros...
No me mueven deseos de aventura, aunque sabemos la eficacia que tienen los viajes para cambiarnos las imágenes e integrarnos en un tiempo nuevo. Aquello que me llevaría de nuevo a la isla es más bien una necesidad espiritual de rememorar y fijar, o sea, de seguir profundizando en ciertas señales e indicaciones que me dicen y me hablan con fuerza magnética de Andros.
La intención no es devolverles la memoria a esos parajes y a los héroes que los poblaron, y que me asaltan continuamente en el camino, sino que estos antepasados me la devuelvan a mí. Y porque lo interesante y emocionante del asunto es comprobar que las señales que de continuo recibimos, mezcladas entre cientos de cosas aparentemente inconexas, están concatenadas y que más bien se trata de afinar el oído, o mejor, encontrar el hilo vertical que las une como las perlas ensartadas por el destino, haciéndonoslo todo más comprensible.
Ese es el sistema que utiliza el lenguaje simbólico para comunicarnos las verdades más íntimas y misteriosas, pero también las más reveladoras, que son las que de ordinario se ocultan tras las apariencias de una simple anécdota. Sin embargo, muchas veces sólo hace falta prestarles la atención adecuada para advertir su ligamen con otros planos y descubrir, de ese modo, un discurso coherente y pleno de analogías. Se nos revela, por así decir, otra lectura y dimensión del tiempo y del espacio, pero sobre todo se revelan ámbitos secretos de nuestra geografía interior. Seguramente es en este sentido como deben entenderse las palabras de Federico, cuando señala que:
…el hombre es un privilegiado, pues en cualquier
momento puede recuperar la memoria de sí, intentar reconstruir su pasado glorioso,
volver a sus fuentes perdidas.
El hilo del tiempo teje permanentemente en su rueca esta urdimbre
y trama, que es un soporte para conocer lo atemporal, lo eterno,
presentido oscuramente en nuestro interior,
y que es, en definitiva, el motor secreto que nos impele a realizar todos los actos, aunque no sepamos este hecho o lo traduzcamos de mil maneras
tan superficiales como
anecdóticas. (El Simbolismo de la Rueda, cap. VI).
Estos son los preliminares de los que parto para relatar los entresijos que me llevaron a descubrir nuevas etapas de mi viaje mágico-hermético a Andros, la isla convertida para mí en paradigma del centro de una historia vertical. Mª Ángeles Díaz