sábado, 8 de octubre de 2022

ARTE Y SÍMBOLO EN EL DAMASQUINADO (TOLEDO) Mª Ángeles Díaz

 



Los que hemos visitado alguna vez la ciudad de Toledo conocemos bien el damasquinado, una bella y sofisticada artesanía tradicional que aún en la actualidad se sigue realizando.Originario de Oriente, el arte de damasquinar el metal mediante oro, plata y piedras preciosas, tuvo su mayor centro de difusión en la ciudad de Mosul (actual Irak) de donde se expandió en el siglo XIII a Egipto y Siria, de cuya capital, Damasco, procede la denominación, extendiéndose desde allí, un siglo más tarde, a Europa.

Parece ser que al principio fue en Francia e Italia (exactamente Venecia) donde este arte consiguió más notoriedad. En nuestro territorio peninsular fueron importantes los trabajos llevados a cabo por los árabes granadinos, pero solo los artesanos de Toledo, la antigua capital de España, logró mantener vivo el oficio hasta nuestros días aplicando las mismas técnicas manuales que sus antepasados orientales. Aunque también es cierto que en los últimos tiempos estos artesanos se reducen en número, siendo los talleres donde se ha introducido la semi-industrialización los que realizan las piezas a mayor escala. De todos modos, sigue siendo corriente ver, a las puertas de sus comercios de artesanías, a los damasquinadores toledanos realizando su oficio a la vista de todo el que pasa y se detiene a observarlos.

El material con el que se elabora esta artesanía no puede ser más extremo: acero ferruginoso, un material corruptible, y oro y plata, ambos materiales nobles. Esto da a las obras un carácter extraordinario haciendo evidente lo que se puede llegar a conseguir con arte, en este caso uniendo adecuadamente dos opuestos y haciéndolos complementarios. Un símbolo expresado tanto en la vara de Hermes con las dos serpientes enroscadas, así como en el YinYang de la filosofía china.

Para la obtención de la pieza damasquinada (platos, vasijas, broches, brazaletes, empuñaduras de espada, etc.) -nos dice uno de estos artesanos toledanos- se parte de una lámina de acero. Esta se raya en toda su superficie impresionando el diseño que vaya a ornamentar la pieza.  Seguidamente se perfila el dibujo con un profundo rayado efectuado con un punzón y se introduce en la muesca que ha dejado el buril hilo o láminas muy finas de oro y plata, y si la pieza lo requiere, diamantes, zafiros o rubíes. Todo ello se fija a la lámina base de acero mediante un golpeteo especial conocido como “hacer perla”. La operación se completa introduciendo la pieza incrustada en un ácido corrosivo que ennegrece el acero ferruginoso sin alterar el brillo de los materiales nobles, lo cual le da un impresionante acabado a la pieza.

Con esta operación, denominada “pavoneo” los artesanos consiguen un fondo oscuro en donde contrastan y sobresalen los elementos decorativos: arabescos, líneas entrelazadas, figuras geométricas y pequeñísimas filigranas que componen verdaderos mandalas luminosos que alcanzan su mayor vistosidad en las piezas circulares.

Se hace evidente la relación simbólica que este oficio posee con la Alquimia filosófica dado que la pieza damasquinada, convertida en una joya después de haber transmutado su estado ferruginoso, encuentra paralelismo con el proceso alquímico y el simbolismo constructivo ejemplificados en la Masonería en la piedra bruta expresión del estado profano en el que se encuentra el recipiendario antes de recibir la iniciación y de realizar un trabajo operativo y artístico de transmutación consigo mismo que le permita, finalmente, convertirse en una piedra pulida y cúbica, apta para la edificación del templo de su alma y así ocupar conscientemente el lugar y sitio que le corresponde en el gran concierto cósmico.

 


Cualquiera de estas piezas circulares nos recuerda, por su semejanza, a las cúpulas, bóvedas y artesonados que podemos admirar en la Alhambra de Granada, los Alcázares de Sevilla, la Sinagoga del Tránsito de Toledo o los de la Sala Capitular de la Catedral de la misma ciudad que, aunque realizadas con otros materiales (madera, mármol o yeso), siguen la misma técnica de incrustación de elementos y sobre todas estas obras tienen en común el de estar representando una cúpula mayor, cuyo fondo es el cielo incrustados de todas sus luminarias. Oro para el sol, plata para la Luna y piedras preciosas para las estrellas.

Como todas las artesanías tradicionales, pensamos por ejemplo en las incrustaciones de mármol en los decorados del pavimento de la catedral de Siena, el damasquinado tiene su propia simbólica, en este caso asociada a la alquimia, ya que para obtener el resultado final de la obra es necesaria la transmutación efectiva del acero en beneficio de los materiales nobles, concluyéndose de ese modo una pieza única, y esto gracias a la idea de su artífice y el conocimiento que posee de los metales. Una joya en la cual el acero, ennoblecido gracias a su transmutación alquímica, es parte fundamental, esto es, su soporte o su base. Es por ello que el damasquinado, como todo oficio o arte tradicional, representa para el artesano que lo realiza, y así lo sepa ver, un símbolo de lo que puede llegar a hacer consigo mismo, es decir un símbolo de su propia realización espiritual, constituyendo su oficio, por analogía, su particular fuente o vía de conocimiento.

La herramienta, que es en primera instancia, una prolongación de la mano, lo es en definitiva de la idea, la que en realidad está simbolizando. Por ello, el artesano que cumple su oficio de modo tradicional, repitiendo la técnica y modelos, conecta con su antepasado aquel a quien le fue revelado la creación de ese oficio, por lo cual a la vez conecta misteriosamente con esa energía creadora que adaptándose a los tiempos permanece inalterable perpetuándose en cada acto o gesto del artesano. Mª Ángeles Díaz



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