Cuenta la leyenda que Zeus, atento a la organización social
y política que se estaba desarrollando en Atenas, y en vistas a configurar
Europa, no dejaba de enviar a su hijo Hermes a inspeccionar estas tierras,
dándole empresas que cumplir.
Un día, mientras el hijo de Maya sobrevolaba la
tierra por encima de los bosques y verdes prados del Ática, cerca del puerto del Pireo, se fijó en un grupo de muchachas que caminaban risueñas portando
cestillos con flores en la cabeza. Iban engalanadas, pues se estaban celebrando
las fiestas Panateneas en honor a Atenea, la diosa protectora de la ciudad.
Desde las alturas vio el dios que tenían encendidos los altares donde ardían
los perfumes, y que todas ellas estaban ocupadas en adornar el templo para las
ofrendas y rituales. Entre aquel nutrido grupo de doncellas se encontraban las
tres hijas de Cécrope, rey de Atenas.
De inmediato la mirada del dios del caduceo se fijó en una
sola. Era Herse, la hija mediana del rey. Mirad si era bella Herse que cuando
Hermes la vio, su vuelo paró en seco dando un giro completo a su rumbo. Luego,
haciendo círculos en el aire, se mantuvo largo rato planeando en aquellas
brisas pues no quería, ni podía, quitar la vista de tan hermosa muchacha.
Ya comenzaba a anochecer y a hacerse presente la luna.
Hermes descubre entonces que bajo esa clara luz de luna, a Herse aún se la ve
más bella, siendo el realce de la procesión de vírgenes y sacerdotisas del
templo de Atenea. Mª Ángeles Díaz. Viaje
Mágico Hermético a Andros. Editado por SYMBOLOS
Herse y Hermes en una vasija griega del Louvre
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