Pietro Bembo retratado por Rafael
Pietro Bembo
se entera del matrimonio del hijo del duque de Ferrara con Lucrecia Borgia
mientras permanece en Venecia. Como todos los demás había oído cosas terribles
de Lucrecia. Sin embargo, de un lado y de otro de Italia y especialmente de
parte de sus amigos los poetas Strozzi, padre e hijo, descubre que la gente
está entusiasmada con esta princesa romana. Pronto él mismo comprobará en qué
consiste la seducción que esta mujer ejerce sobre quienes la conocen.
Descubrirá que esta madonna con fama de mujer fatal, es en realidad una
linda joven, de figura delicada y pelo rubio como el oro y una
forma atractiva en el vestir, siguiendo la moda española. En definitiva una bella mujer que adornaba su persona con cintas en el pelo y modales refinados. Y en especial lo que en ella resalta es su fina inteligencia, algo que para Bembo no es sino la causa de aquel sutil reflejo en su semblante. Lucrecia se
desveló ante todos como una mujer excepcional, cuya preparación se ponía de
manifiesto al abordar cualquier tema y en el diálogo en general. Quienes la
escuchaban decían que hablaba de los temas “con mucha seriedad y sabiendo de lo
que hablaba”. Bembo descubre que Lucrecia está avezada en la lectura de Dante,
Petrarca, Bruni, Cicerón, entre otros. Y que con ella es posible emplear el
lenguaje secreto de los símbolos del
amor y la virtud, tal y como lo entiende la Filosofía Platónica.
Bembo, que ya es un reconocido poeta, nada
menos que el más destacado de su época, cuando conoce a Lucrecia cuenta con
poco más de 30 años. Pronto esa mujer romana poseedora de una clase de virtud
que excede la belleza física, o mejor dicho, que la provoca, despierta en él
sentimientos propios de un caballero hacia su dama. Aquella con la que
compartir ideas y un amor por el “lenguaje de los pájaros”, o sea, por la conversación capaz de poner música a las letras evocadoras, que es lo que al fin y al cabo conforma ese lenguaje
secreto que manejaban los Fieles de Amor. Un lenguaje compartido por los
iniciados en Amor, que como dice el poeta no es lo mismo que en el amor, puesto
que se refiere a los que habiendo penetrado su clave pueden recrearla. Bembo se reitera en lo que ya ha oído a los demás y vuelve a
comparar a Lucrecia con Venus, y con aquella gracia o energía que encarnó Helena
de Troya, protegida de la diosa del amor y la sensualidad sublime.
Le escribe Bembo a Lucrecia:
“A pesar de la
belleza por la que en vano rivalizan contigo la hija de Agenor y Helena de
Esparta, secuestrada por el troyano Paris, sabes consagrarte a los estudios y a
las artes delicadas y no dejas que tu genio quede ahogado por el esplendor de
tu belleza. Si declamas versos en lengua vulgar, semejas una muchacha nacida en
Italia. Si tomas la pluma, escribes versos y poemas que son versos y poemas
dignos de las musas. Y si a tus manos de marfil le place tocar el arpa o la
cítara, resucitan con un arte delicado las notas tebaínas. Si te place evocar
las olas vecinas del Po haciendo estremecer la corriente, merced al encanto de
tus notas suaves; si te place abandonarte a las danzas y saltar con pie ligero
al son de la música ¡oh!, cuanto temo que de darse cuenta por ventura algún
dios, no te arranque furtivamente de tu castillo y te lleve, sublimemente, con
un vuelo ligero por el aire, para hacer de ti la diosa de un astro nuevo.”
Bembo y Lucrecia tuvieron una preciosa historia de Amor. Aunque para
nada llegó a convertirse en un amor carnal, sino en una clase de amor sublime que únicamente
quienes habían alcanzado a concebirlo intelectualmente estaban capacitados para
entender. De su relación queda una hermosa correspondencia, actualmente guardada
en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, entre sus incunables, pues se trata de un
códice manuscrito que Pietro Bembo realizó para Lucrecia. El manuscrito recoge
la correspondencia entre ambos y consta de 11 poemas españoles, 9 cartas
autógrafas que Lucrecia le había dirigido y un poema de Lope Estúñiga dedicado
por Lucrecia al caballero Pietro.
Es como si Bembo hubiera condensado aquel sentimiento y aquella historia de amor platónico en dicho manuscrito, que guardó junto a un mechón de su rubio cabello que el enamorado conservó entre sus cosas.
En una de esas cartas le dice Bembo a Lucrecia:
“Cada día halláis con ingeniosa
invención, manera de avivar mi fuego, como lo habéis hecho con la cinta que hoy que orla
vuestra lucidísima frente”
(Continuar) |