“La Primavera”, de Sandro Botticelli.
Asistimos estos días al nacimiento de la Primavera, plenitud y exhuberancia de las fuerzas naturales y derroche de luz y color. Todos podríamos estar de acuerdo en definir este espectáculo como un diseño que sólo ha podido imaginar una mente prodigiosa y divina.
En la antigua Grecia, tras el equinoccio de primavera, se celebraban las fiestas en honor a Dionisos, durante las cuales los iniciados entraban en contacto con el espíritu del dios, entregándose al exceso que provoca su embriaguez poderosa, participando de ese modo de las propias potencias del Cosmos.
En oposición con la oscuridad y la escasez, representada por la penuria cuaresmal, la Primavera se vive como un renacimiento, lo que en cualquier simbolismo de iniciación se asemeja al paso de “las tinieblas a la luz”. Esto es, los misterios de la vida, la muerte y la resurrección.
Así lo atestigua la etimología de Pascua, palabra que en hebreo significa "pasaje" o "tránsito", lo que lleva implícito la idea de pasar o ir de un lugar a otro, que es el sentido que también tiene la palabra iniciación (
in ire, "ir hacia"), concebida como paso o peregrinaje de "las tinieblas a la luz", o de la ignorancia de los principios y sus leyes universales.
Podría decirse que el Conocimiento es la aceptación de dicho orden. Algo que nada tiene que ver con resignarse a admitir que se forma parte de un plan ya establecido, sino que conocer o comprender el Orden (o el Cosmos, ya que son palabras sinónimas), es participar de la Obra, dejándose fecundar por las energías que generosamente descienden y se derraman sobre la manifestación, engalanada en tiempos de Primavera con los atributos de la Belleza.
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El cuadro que aparece en la cabecera del
post es conocido de todos: se trata de "La Primavera", y su autor es Sandro Botticelli, un pintor hermético de la escuela de Marsilio Ficino.
En esta pintura simbólica se ve a la Primavera recibiendo el soplo de Zéfiro, para renacer revestida de Flora. Del mismo modo que el alma del iniciado, aparece cubierta de una nueva piel. Se trata del soplo del espíritu creador, del que se dice que "sopla donde quiere y cuando quiere".
La Belleza, preside el centro del cuadro, del mismo modo que lo hace en la Creación Universal. Así lo recuerdan las enseñanzas de la Cábala al situar a la sefiroth Tifereth, la Belleza, en el centro del Arbol de la Vida. Es decir, en el centro del Cosmos.
Mientras, Hermes, al lado izquierdo del espectador, recuerda, con su caduceo elevado al cielo, esa máxima de su ciencia, esto es, que "lo de arriba es como lo de abajo, y lo de abajo como lo de arriba, y que ambos conforman la Unidad". Hermes simboliza y sintetiza con su gesto, dentro de la escena ritual del cuadro, la doble naturaleza humana, que une en sí misma la Tierra y el Cielo.
Cupido, ebrio de amor por las almas, se fija en las tres Gracias, cuyo discurso, según el simbolismo tradicional expresado en este caso a través de las enseñanzas de Séneca recogidas y actualizadas por
Federico González y su obra, nos muestra el "triple ritmo de la generosidad" que consiste en dar, recibir y devolver.
En
Introducción a la Ciencia Sagrada, Programa Agartha, leemos: "como
gratias agere, significa dar las gracias, agradecer; las tres fases de la operación deben estar encerradas en una danza, como lo están las Gracias; el orden de los beneficios requiere que sean dados en mano pero que regresen al donante".
Con este símbolo se expresa la idea de la emanación celeste descendiendo a la tierra, la cual, si cae en tierra cultivada, vivifica a los seres por medio de la inspiración, y éstos, a su vez, crean un discurso, o una obra, pictórica como es el caso, con la que se elevan hacia su lugar de origen. M.A.D.
Núria, de
Desde mi Ventana
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