"Más que cualquiera de los restantes dioses griegos, Dioniso nos asombra por la novedad de sus epifanías, por la variedad de sus transformaciones. Siempre está en movimiento. Penetra por todas partes, en todos los países, en los pueblos, en todos los ambientes religiosos, dispuesto a asociarse con diversas divinidades a veces antagónicas (por ejemplo, Deméter y Apolo). Es ciertamente el único Dios griego que, al manifestarse bajo diferentes aspectos, asombra y atrae tanto a los campesinos como a las minorías intelectuales, a los políticos y a los contemplativos, a los orgiásticos y a los ascetas.
La embriaguez, el erotismo,
la fecundidad universal, pero al mismo tiempo las experiencias inolvidables
provocadas por la llegada periódica de los muertos o por la manía, por la
inmersión en la inconciencia animal o por el éxtasis del entusiasmo: todos
estos terrores y revelaciones brotan de un sola y misma fuente: la presencia
del dios. Su modo de ser expresa la unidad paradójica de la vida y de la
muerte. Todo esto hace que Dioniso se presente como un tipo radicalmente
distinto de los olímpicos. ¿Es un dios más cercano a los hombres que las demás
divinidades? En todo caso, no era difícil acercarse a él y hasta cabía la
posibilidad de convertirse en su encarnación; el éxtasis de la manía demostraba
que era posible superar la condición humana". (Mircea Eliade, Historia de las
creencias y las ideas religiosas I).
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