Estamos acostumbrados a ver las obras de los museos
arqueológicos como si fueran reliquias del pasado, sin embargo los primeros
arqueólogos no nacieron buscando grutas y civilizaciones perdidas, sino que
buscaban respuestas, buscaban conocer el Universo.
Fueron los filósofos hermetistas los que iniciaron la búsqueda y el estudio de un pasado inspirado en los principios metafísicos. De ese modo, rescatando restos de antiguos templos paganos que el oficialismo tenía por ruinas, crearon estancias públicas a las que dieron el nombre de Museo, en homenaje a las Musas, las diosas de la memoria.
Podríamos comenzar mencionando a Cosme de Medici, benefactor de Marsilio Ficino y por ende de la Academia Platónica de Florencia, centro desde el cual se consiguió salvar la cultura del precipicio en el que había caído en Occidente tras haberse perdido el vínculo con la Tradición Unánime. De ese modo, rescatando manuscritos, obras de arte, ciencias y valores consiguieron dar al mundo un periodo conocido como Renacimiento, justamente porque todo renació.
Pues bien, Cosme de Medici, y luego su nieto Lorenzo el Magnífico, lograron, por ejemplo, recuperar el más grande legado que nos dejó la civilización etrusca. Son obras que hoy en día componen el fondo del Museo Arqueológico de Florencia, aunque podríamos mencionar también a otros y otras que ya hemos señalado en otros lugares, como es el caso de Elias Ashmolean, un personaje ilustre de la Masonería y gran anticuario que gracias a las donaciones de sus colecciones de códices, obras de arte y toda clase de objetos de interés arqueológico, artístico o científico, así como de especímenes naturales procedentes de todas partes del mundo, pudo crearse el que es hoy en día el museo más antiguo del mundo, me refiero nada menos que el Ashmolean de Oxford que fue el que dio el nombre Museo a todos los demás espacios destinados a albergar, conservar y compartir con cuantas personas lo quisieran semejante patrimonio de la antigüedad. Y como anotación nada más señalar que a la recopilación de este maestro masón debemos la mayor colección de dibujos de Rafael, obras de Leonardo y Miguel Ángel.
Hoy en día, sin embargo, unir en un hilo argumental todas esos tesoros repartidos por infinidad de museos requiere sobre todo saber de poesía, no de la que rima y que tanto agrada a ciertos oídos, la poesía de la que hablamos aquí es una ciencia sagrada que titila en el corazón de los que se sienten herederos de ese legado, pues en definitiva de lo que se trata es de querer heredar, sabiendo que la Tradición Hermética no es una tradición de ruegos sino de voluntades y de amor al Conocimiento.
Para finalizar compartimos aquí de nuevo este completo acápite del Programa Agartha titulado justamente, “Arqueología”.
“Es frecuente ver en casi todas las grandes y medianas
ciudades del mundo museos arqueológicos que recogen los monumentos y las artes
de la Antigüedad. Si bien los orígenes de la Arqueología se remontan a la
Italia del Renacimiento, pueden encontrarse vestigios de ella en ciertos
autores clásicos, como por ejemplo el historiador Dionisio de Halicarnaso, que
puso el título de Arqueológica a una de sus obras; sin embargo no es sino hasta
el siglo XIX que la Arqueología se convierte en ciencia oficialmente aceptada.
Por otro lado es durante ese siglo que surgen casi todas las ciencias que se
dedican al estudio del pasado del hombre y de la tierra; se asiste al
nacimiento de la antropología o etnología, la paleontología, la historia de las
religiones, la geología, etc. Podría quizá preguntarse el por qué este
repentino interés por el pasado, lo pretérito, lo antiguo, y contestaremos que
ello fue sólo posible por el hecho de que en el siglo XIX, y sobre todo en
Occidente, se había prácticamente perdido todo vestigio de la Tradición, al
menos de una manera visible y externa, por lo que era perfectamente lógico que
el hombre empezara a escudriñar en los fragmentos de su pasado histórico para
así reconstruir lo que fue la vida de sus antepasados, pues la suya propia se sumía
en una cada vez más estéril mediocridad. Sucede también que en el siglo XIX es
cuando se acaban de consolidar definitivamente el positivismo materialista y el
racionalismo que venían incubándose desde ya hacía tiempo, lo cual debía
influir decisivamente en la mentalidad de la época. Asimismo puede decirse que
dichas ciencias fueron el resultado de esa visión excesivamente volcada hacia
el exterior, que por cierto es la que todavía impera en la mayoría de los
arqueólogos oficialistas, los cuales la proyectan en los mismos objetos de su
estudio. Estos se empeñan en no ver en sus hallazgos otra cosa que restos más o
menos interesantes y curiosos a los que hay que clasificar (y encasillar) según
unos parámetros que ellos mismos han establecido para su comodidad
investigadora
Otra consecuencia igualmente equivocada, producto de esa
mentalidad positivista, es la de no advertir las diferencias cualitativas que
se dan entre los hombres y civilizaciones de las distintas épocas y períodos
históricos, como si el tiempo transcurriera uniformemente y fuera homogéneo.
Así, según ese criterio, la mentalidad del hombre moderno, ajeno por completo a
cualquier intuición y sentimiento sagrado y trascendente, sería idéntica a la
del hombre de las sociedades tradicionales, que por el contrario consideraba
que todos los actos de su existencia cotidiana estaban impregnados de
sacralidad. Si la Arqueología, a través de los análisis y trabajos de
excavación, trata de la reconstrucción de la vida de las sociedades antiguas,
esas mismas investigaciones no debieran estar desvinculadas de un riguroso
conocimiento de la historia y la geografía sagradas, es decir del tiempo y el
espacio cualitativos, como tampoco ser ajenas a las relaciones que existen
entre los diversos modos y comportamientos culturales y espirituales de los
hombres que integraron esas mismas sociedades.
Visitar un museo de Arqueología es en cierto modo recuperar el sentido de la atemporalidad. Todas las piezas, numeradas y catalogadas, están ahí como resistiéndose al tiempo, negándose a dejar de existir definitivamente. Ajenos a cualquier prejuicio nos daremos cuenta de todo lo que el hombre, inspirado en los principios metafísicos que conformaron su civilización, es capaz de crear, de hacer, de edificar, en definitiva de plasmar en la piedra o cualquier otra materia o substancia, reflejando la belleza de su mundo interior. Pues esas columnas y arcos, esas esculturas, pinturas, cerámicas, bajorrelieves, mosaicos, son símbolos y gestos que el rito del trabajo artesanal pacientemente ha elaborado y fijado: de repente toda la cultura humana está ahí representada. Un museo arqueológico es en verdad un discurso donde se expresa lo antiguo (éste es precisamente el significado etimológico de arqueología), término que no debe ser confundido con lo viejo y lo caduco; más bien se relaciona con todo aquello que es perenne y que refleja las ideas o arquetipos universales. En este sentido lo antiguo es perfectamente actual. Y un museo arqueológico puede ser un lugar excelente de meditación (señalemos que la palabra Museo procede de Musa) si lo abordamos no con ojos de "especialista", sino como si se tratara de una evocación poética donde con toda probabilidad encontraremos una parte o aspecto olvidado de nosotros mismos”.
Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Federico González y Colaboradores.