Miguel Pselos, quien recibió el título de “cónsul de los
filósofos” es el máximo representante del Renacimiento Bizantino del siglo XI,
de ahí que su figura nos revela que el modelo renacentista que conocemos,
surgido en torno al humanismo de la Academia platónica de Florencia, tuvo su
antecedente siglos antes, época de la que en verdad procede nuestra herencia
cultural.
Pselos es autor de una inmensa y polifacética obra, pues su
versatilidad ha sido calificada de proverbial. Safo, los Himnos Órficos,
Platón, Plutarco u Homero son, entre otros, autores presentes en sus obras y en
sus célebres discursos pues, según se documenta, a sus clases asistían alumnos de
toda la tierra, celtas, persas, etíopes y egipcios.
En él siempre predominó un carácter didáctico y conciliador
ligado a la recuperación de la antigüedad clásica como ideal de formación para
el ser humano, sosteniendo la unidad del pensamiento griego y cristiano, cosa
que le trajo muchos problemas con la iglesia de su época.
Miguel Pselos es uno de los personajes que nos salieron al paso en nuestro paradigmático viaje a las islas Cícladas ya que estuvo residiendo un tiempo en Andros. Desde ese momento hemos tenido el privilegio de tratar en distintos lugares de su obra y de su figura.
Hoy me gustaría compartir con los interesados unos
párrafos de una de sus obras en la que trata de la actividad de los demonios (Perí
energeías daimónôn) donde acomete esa difícil tarea que es escribir acerca de estos, explicar qué significa verdaderamente esa energía y cómo reconocerla
en uno.
Esta obra, pretendiendo dar luz sobre esa clase de asuntos,
quedó en el oscurantismo hasta que Marsilio Ficino la tradujo moviendo con ella
las conciencias de muchos y provocando un enorme interés entre los más
relevantes pensadores, «amigos de Ficino en la Ciudad Celeste» como son
Cornelio Agrippa y Giordano Bruno, entre otros, que ampliaron y difundieron la
obra de Pselos. La fórmula literaria que escogió Pselos para hablar del demonio a sus contemporáneos es la de su maestro Platón, o sea, un diálogo, en este
caso entre Timeo y Tracio, dos personajes que encaran la cuestión.
“Hay seis clases de demonios en este mundo sublunar. El primero es el ígneo, el cual se mueve por el aire que está encima de nosotros; el segundo, también anda por el aire y le llaman aéreo; el tercero es terrestre; el cuarto es el acuático y marino; el quinto el subterráneo y el sexto, finalmente, es el llamado lucífugo. De las especies citadas, la acuática ahoga a los que van por las aguas; la subterránea y la lucífuga se introducen en las entrañas que producen asfixia, epilepsia e incluso demencia en los hombres; pero los aéreos y terrestres son los más temibles y astutos de todos, ya que buscan y engañan disimuladamente las mentes de los hombres, produciéndoles inusitados y crueles sufrimientos. Todas estas clases de demonios, odian a Dios y al hombre, ya que envidian la figura con que éste último ha sido honrado, de tal suerte que nada los satisface más como ver caer a éste en desvarío.
Tracio: Un demonio, en efecto, es una entidad espiritual que introduce ensoñaciones, pasiones, temores o deseos en nuestra alma.
Timeo: Pero ¿cómo y por medio de qué pueden hacer esto?
Tracio: Se acercan a nuestro espíritu imaginativo y, espíritus como son también ellos, nos susurran palabras sobre sensaciones y placeres, no con voces estridentes ni ruidosas, sino instiladas por ellos sin ruido alguno.
Timeo: Pero es imposible que puedan emitir palabras sin sonido alguno.
Tracio: No necesitan hacerlo, pues actúan directamente sobre el espíritu; cuando el que habla está muy lejos del que oye, precisa gritos muy fuertes; si está a su lado, le basta susurrar en su oído, y si de algún modo se le pudiera introducir en el espíritu del alma, no necesitaría ningún sonido".
Fragmento de mi libro: Viaje Mágico Hermético a Andros. Una Aventura Intelectual
Editado por SYMBOLOS
Imagen y fuente: Judas y Satanás (detalle). Benoist-Hermogast Molin (1880).
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