Como todos sabéis, Sócrates, a quien muchos tenemos por el puntal de la Filosofía, fue calumniado y odiado por sus conciudadanos, todos ellos sofistas y hombres de letras, que no soportaban que los jóvenes le siguieran para escucharle y que la Pitonisa del Oráculo de Delfos le nombrara como el más sabio de los atenienses. En especial no aguantaban quedar en evidencia al no tener respuestas cuando eran interrogados por el viejo Sócrates, que además decía que lo único que sabía era que no sabía nada. De ahí nació el odio y la calumnia, la mofa y finalmente la sentencia de muerte por ingesta de cicuta. Durante el juicio que le llevó a tal condena, el filósofo tras recibir la sentencia se dirigió a la audiencia con una bellísima y coherente apología a la que corresponden las siguientes palabras:
“De la indagación han surgido todos estos odios y estas enemistades, que han provocado las calumnias que sabéis, y me han hecho adquirir el nombre de sabio; porque todos los que me oyen dialogar creen que sé todas las cosas sobre las que descubro la ignorancia de los demás. Me parece, atenienses, que sólo Dios es el verdadero sabio, y que esto ha querido decir a través de su oráculo, dando a entender que toda la sabiduría humana no es gran cosa, o mejor dicho, que no es nada; el oráculo ha elegido mí nombre como un ejemplo, y como si dijese a todos los hombres: el más sabio entre vosotros es aquel que reconoce, como Sócrates, que su sabiduría no es nada. Toda mi ocupación ha sido y es trabajar para persuadiros, jóvenes y viejos, que antes que del cuidado del cuerpo y de las riquezas, es del alma y de su perfeccionamiento de lo que os habéis de ocupar, porque no me canso de deciros que la virtud no viene de las riquezas, sino por el contrario, que las riquezas vienen de la virtud, y que es de aquí de donde nacen todos los demás bienes públicos y particulares. Pues bien, si diciendo esto corrompo a los jóvenes, tendré que aceptarlo, pero si alguien sostiene que yo digo una cosa distinta miente. Atenienses tened presente que, aunque se me impongan mil penas de muerte, no puedo sino afirmarme en todo lo que he dicho, así hagáis caso a Anito, me absolváis o no me absolváis. Y no digo más, porque es hora de partir, yo para morir, y vosotros para vivir. Quién de nosotros va a una mejor suerte, nadie lo sabe, solo los dioses lo saben”.
Mª Ángeles Díaz
Imagen: "Sócrates dialogando", de John La Farge, 1905. (Wikipedia)
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