La terrible
calamidad provocada por el coronavirus (Covid-19) en la que casi de repente nos
hemos visto afectados los humanos del siglo XXI de forma global, a algunos nos
ha hecho recordar lo que creíamos que era algo del pasado, e impensable que
sucediera en la época actual. Me refiero a la mortífera Peste Bubónica o Peste Negra,
la devastadora pandemia que se vivió en el siglo XIV, y que afectó primero a
Asia, como ahora, y después a Europa.
Y eso
me llevó a releer el Decamerón, obra
de Giovanni Boccaccio, uno de los más destacados integrantes de la organización
iniciática de los Fieles de Amor, en la cual el autor adopta la actitud de un cronista de esa cruenta
realidad que le tocó vivir, y la de un narrador sabio y ágil que logra, en ese ambiente de depresión, crear un libro excepcional tanto en su prosa como en sus valores, y es que Boccaccio con su Decamerón consigue un
modelo literario insuperable, construido a base de tejer sus historias desde lo dramático, irónico,
mordaz, irreverente, crítico, cómico, trágico, sensual y refinadamente
lujurioso. Como si quisiera captar la atención del mayor número de personas, o
sea no queriéndose dejar a nadie fuera de aquellas enseñanzas tradicionales que deseaba comunicar, ni
a los de “fino” oído que de seguro iban a captar la doctrina secreta, ni a los de
oído más simple, los que sin duda hallarían enseñanzas para el goce y el buen entretenimiento.
En suma, que todos podían estar capacitados para obtener de su narración algún tipo de beneficio.
Compuesto
de 100 novelas cortas en las cuales sin duda se vehiculan ciertas enseñanzas de
los Fieles de Amor, el Decamerón es
un semillero donde afloran personajes dotados de virtudes como la nobleza, la generosidad, la solidaridad,
la abnegación, el ingenio y, asimismo, sus contrarios, la miseria, la mentira, la
insolidaridad, la picaresca, del lado de los más abyectos personajes.
El Decamerón se
sitúa en el año 1348 cuando, en plena epidemia, Boccaccio, que entonces tenía 35
años, se encuentra en la egregia ciudad de Florencia que nos describe como un lugar pestilente por cuyas calles circulaban continuamente los
carros cargados de féretros.
Nadie
sabía a ciencia cierta por qué las personas se infectaban con aquellos bubones
del tamaño de un huevo e incluso de una manzana, los cuales comenzaban a
surgirles en las axilas y en las ingles y acababan cubriendo y desfigurando todo
el cuerpo del afectado; pero sí sabían todos que aquel primer bulto era la
señal inequívoca de que la muerte se había cernido sobre aquella persona, la
cual a partir de entonces era repudiada por todos. Ningún lugar había donde
refugiarse, pues el aire mismo traía la enfermedad contagiando a miles de personas
que quedaban debilitadas, solas y desamparadas.
Giovanni
Boccaccio, un filósofo hermético, y como decía, militante en las filas de Amor
no permitiendo que otro dios sino ese fuera el que guiara su destino, ni
siquiera en aquellos días funestos, tomó la determinación de consolar con su
arte y con su pluma a cuantos pudieran leer su obra, eso sí, sin salirse de una
realidad que no trata de disfrazar, sino que por el contrario se esfuerza por
describir demostrando la proximidad de aquello que estaba viviendo, y al mismo
tiempo manifestando que la posibilidad de elevarse por encima de aquella
situación también era real, y ya nos advirtió René Guénon acerca de que “lo
posible y lo real son metafísicamente idénticos”.
El Decamerón no es sólo la obra talentosa que
abrió el paso a la novela corta actual, es además una obra solidaria y de agradecimiento,
pues Boccaccio considerando que las armas de las que está dotado, por sus propios
talentos y esa militancia suya en los Fieles de Amor, le hacen apto para
consolar a aquellos que sufren, devolviendo así lo recibido, es decir cuando él
mismo sufría el ardor provocado por el fuego en su corazón y contó con el apoyo
de los amigos en el Conocimiento de la Sagrada Filosofía, para sofocar y
aliviar su alma herida. Las obras y enseñanzas de sus amigos, Dante o Petrarca,
uno ya ausente y otro presente, fueron entonces su refugio y consuelo.
“Los sufrimientos que esto me proporcionaba eran tan grandes que hubiera terminado por morir a no ser porque algún amigo me prestó la ayuda de sus consejos y de sus consuelos”.
“Todo el mundo siente compasión, pero nadie la siente más que quien ha tenido necesidad de ella alguna vez y ha experimentado sus saludables efectos; entre ellos me encuentro yo. (…) Pero, aunque mis tormentos hayan terminado ya, no por ello olvido a quienes compartieron, con cariño mis tribulaciones. Solo la muerte podrá borrar su recuerdo de mi alma agradecida. Y como la gratitud es la más estimable de las virtudes, y su contraria el más vituperable de los vicios, ahora que ya me encuentro libre, para no parecer ingrato, he determinado procurar alivio, si no a quienes me lo proporcionaron a mí, porque su sano juicio o su buena fortuna les ha dispensado de ello, sí a quienes pueden necesitarlo. Y aunque mi consuelo pueda significar muy poco para los necesitados, paréceme que puedo brindarlo, sin embargo, a quienes más afligidos se encuentren, porque de esa forma será más útil y apreciado”.
Y como
cree que es de bien nacidos ser agradecidos, entrega su obra de consolación a
los que sufren aquella terrible realidad, a los que han quedado solos,
huérfanos, sin residencia. De esa manera pretende Boccaccio “aliviar en parte
el fallo de Fortuna”. Concretamente
dedica su obra a un público femenino, a aquellas damas que buscan amar, “porque
las otras tienen suficiente con la aguja, el huso y la rueca”.
Y así
pues nos cuenta el autor, cómo a una abandonada casa solariega, un castillo, rodeado de
frondosa vegetación y zonas ajardinadas, acuden, escapando de Florencia, siete jóvenes damas: Pampinea, Fiammeta, Filomena,
Emilia, Lauretta, Neifile, y Elisa; y tres caballeros de una similar edad:
Pánfilo, Filostrato y Dioneo. Todos ellos,
acompañados de algunos criados y criadas que organizan la cocina y el resto de
las estancias. Allí, dichos personajes, deciden crear un reino literario, una utopía.
Y en el transcurso de 10 jornadas, los mencionados 10 jóvenes, resuelven que
cada uno de ellos reinará por un día, y ordenará la materia que en ese día todos ellos
tratarán. Es decir que habrán de relatar uno a uno, una historia que tenga que
ver con el tema escogido por el rey o la reina. Hemos de añadir que, como lo
indica su propio nombre, en el Decamerón
hay una estructura numérica que no solo ordena el desarrollo de las historias, sino
que en algunos casos está integrada en la propia trama, como es el caso de la
Primera jornada y el Tercer cuento dentro de ella, titulado “Los Tres anillos”
donde se habla de Melquisedeq y las tres religiones del Libro.
Así construye
Boccaccio esas 100 novelas cortas que revolucionaron la literatura Occidental
hasta nuestros días. Así presenta nuestro autor estas historias las cuales están:
“narradas en diez días, como manifiestamente aparecerá, por una honrada compañía de siete mujeres y tres jóvenes, en los pestilentes tiempos de la pasada mortandad, y algunas canciones cantadas a su gusto por las dichas señoras. En las cuales novelas se verán casos de amor placenteros y ásperos, así como otros azarosos acontecimientos sucedidos tanto en los modernos tiempos como en los antiguos; de los cuales, las ya dichas mujeres que los lean, a la par podrán tomar solaz en las cosas deleitosas mostradas y útil consejo, por lo que podrán conocer qué ha de ser huido e igualmente qué ha de ser seguido: cosas que sin que se les pase el dolor no creo que puedan suceder. Y si ello sucede, que quiera Dios que así sea, den gracias a Amor que, librándome de sus ligaduras, me ha concedido poder atender a sus placeres.
Decamerón' (1876) de Raffaello Sorbi (1844-1931)
Primera jornada, turno del reinado de Pampinea, la más exuberante de las
damas, quien propone que elijan un juego, puede ser el ajedrez, aunque en él la
diversión no es recíproca, ya que uno gana y otro pierde, sin embargo, en la
narración hay más equidad, ya que tanto disfruta el que habla como el que
escucha, es decir el que transmite como el que recibe esa transmisión. Y dado
que todos están de acuerdo comienza el juego narrativo en aquella jornada cada
uno de los participantes contará una historia relacionada con lo que más le
agrada. “Os permito hablar sobre la materia que os parezca más alegre y
divertida” …Y así es que cada uno de ellos cuenta su historia bajo esos
parámetros, yendo con ella una enseñanza tan insólita como razonada del
comportamiento humano.
Segunda jornada, reinado de Filomena, esta dama dispone contar historias de personas
que, después de pasar por graves aprietos han sido capaces de escapar de ello y
salir adelante.
Tercera jornada, reinado de Neifile, quien dictamina que se relaten historias
de personas que por su empeño e ingenio llegaron a conseguir lo que querían o
bien recobraron lo que habían perdido.
Cuarta jornada, reinado de Filostrato, quien dispone que se narren hechos de
amores con final desdichado.
Quinta jornada, reinado de Fiammeta, quien dispone que durante la jornada se
traten historias de enamorados que después de muchas y crueles vicisitudes
vieron satisfechos sus deseos.
Sexta jornada, bajo el reinado de Elisa quien dictamina que en aquella
jornada de su reinado se tratará de narrar historias donde los personajes, con
su réplica ingeniosa o una salida inesperada, evitaron ofensas de estúpidos a
los que cerraron de ese modo la boca.
Séptima jornada, bajo el reinado de Dioneo quien decide que aquel día se
narren historias de mujeres que engañan a sus maridos, bien para satisfacer sus
deseos o para salir de su prisión. En unas el marido se da cuenta y en otras
no.
Octava jornada, reinado de Lauretta. Ella decide que las historias que se
narren en esta jornada traten de las burlas a que continuamente someten las
mujeres a los hombres, los hombres a las mujeres y ellos entre sí.
Novena jornada, bajo el reinado de Emilia se decide que cada quien escoja el
tema que más le plazca.
Décima jornada, bajo el reinado de Pánfilo se decide narrar historias de grandes
y magníficas acciones realizadas por Amor.
Decir,
para finalizar, que la gracia literaria del Decamerón,
calificado de libro pagano y puesto en entredicho por la Inquisición italiana, ha permitido que muchos lectores con poca
predisposición a leer textos sagrados o filosóficos, hayan accedido, sin embargo, a este libro
por pura diversión, y no por ello han dejado de obtener sus beneficios.
Añadiremos que la literatura escrita por los hermetistas y hombres de
Conocimiento, trata siempre de llegar al lector bajo fórmulas distintas, siendo
la intención de todos esos ropajes literarios despertar el interés del oyente a
fin de hacer de él un receptor cualificado capaz de vislumbrar el verdadero
mensaje de la Filosofía Sagrada, o cuanto menos esta clase de literatura
siempre dará al lector algún tipo de enseñanza y buen entretenimiento.
Concluimos
esta oda introductoria al Decamerón
recordando unas palabras extraídas del Programa Agartha, dado que sintetiza muy bien la perspectiva desde la que nosotros abordamos la
literatura tradicional que, en el caso del Decamerón
es un vehículo de transmisión de la doctrina iniciática de los Fieles de
Amor.
“Crear, es repetir y reproducir la situación de la Creación original. La literatura no escapa a este principio, y las grandes obras en verso y en prosa son aquellas que despiertan y hacen presentir la inquietud y el deslumbramiento del Conocimiento. El poeta, bardo, o vate (de allí la palabra Vaticano), es un transmisor inspirado de las energías de lo sublime, y su lenguaje se articula con un ritmo preciso y particular. Los textos sagrados de todas las tradiciones dan cuenta cabal de ello. La belleza de la forma es el ropaje y la atracción de la Belleza del Principio, y por lo tanto lo refleja armónicamente. El arte es un vehículo y una manera de conocer, y son numerosos los esoteristas que se han expresado por su intermedio. Recordemos que la sefirah Tifereth es Belleza, y que se halla en el camino ascendente que va de Malkhuth a Kether. En un sentido amplio, todo escrito es literatura. Pero hay algunos en los que, el arte en la manera de decir, la transparencia de las imágenes con que se dice, la claridad y el orden de los conceptos, aunque permanezcan velados, los hacen memorables y los ligan a nosotros con lazos emotivos y sutiles" Mª Ángeles Díaz
Cita: Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Federico González y Colaboradores.
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