Este es el castillo de Pico de la Mirandola, “el príncipe de la concordia” según lo apodo su amigo Marsilio Ficino y el resto de
hermetistas y neoplatónicos que compartieron un estado del alma, aquel que nos
permite ver en el hombre, en la criatura humana, la obra más sublime de la
creación al estar dotada de libre albedrío, o sea con capacidad de descender y
convertirse en una bestia o de alzarse hacía las altas cumbres del intelecto.
¿Cómo
no admirar a ese camaleón? decía Pico.
Habiendo viajado a las universidades más importantes de la
época, donde tuvo oportunidad de conocer a doctos personajes y observar los
enfrentamientos entre puntos de vista excluyentes, Pico pensó
que a través de la filosofía platónica y de la cábala cristiana se podían dar argumentos para ponerlos a todos de acuerdo en lo
esencial.
Por esa razón, y con solo 23 años, escribió 900 tesis con las que pretendió crear un debate con
representantes de la curia y de la universidad (ambitos donde se habían instalado tribunales inquisitoriales) ya que estaba seguro de poder
defender ante todos ellos la Unidad de las tradiciones, razón por la cual les cursó
a todos ellos una invitación convocándolos en Roma.
Su finalidad era debatir con argumentos de las propias doctrinas tradicionales hasta que
ellos mismos, guiados por su propia inteligencia, no pudieran sino advertir la
identidad esencial que existe entre Filosofía platónica, Ciencia arcana,
Judaísmo, Cristianismo, Islam.
O lo que es lo mismo, la unidad esencial que
sobresale en cualquiera de estas formas exponenciales de la Filosofía Perenne,
ya fueran los Diálogos platónicos, la Cábala, la Biblia o los Oráculos caldeos”. Ma Ángeles Díaz